Larache y la Duquesa de Guisa

Larache y la Duquesa de Guisa

Carlos Tessainer y Tomasich

 

 

Existió en la zona norte marroquí, en aquella que le asignaron los Acuerdos de Protectorado de 1912 a España, una corte que brilló con luz propia. Ni era la del Jalifa, ni estaba en Tetuán: fue la de Isabel de Orleáns y Orleáns, Duquesa de Guisa, establecida en Larache de forma casi permanente aun antes de la presencia española.

El porqué de la llegada de los Duques de Guisa, Juan e Isabel, a Marruecos resulta cuanto menos sorprendente. Arribaron a Tánger en 1909 procedentes del castillo de Nouvion-en-Thiérache, en el norte de Francia, una de las muchas propiedades de la familia. Su hijo Enrique (futuro Conde de París), dice en su libro “Mémoires d’exil et de combat” que en aquel castillo su madre se sentía prisionera. Se dedicaba a hacer obras de caridad en los pueblos de los alrededores y combatía el aburrimiento leyendo libros sobre el norte de África heredados de su tío-abuelo el Duque de Aumale, que había luchado en Argelia contra Abd-el-Kader. Estas lecturas al parecer excitaron su curiosidad sobre el Magreb.

Mientras, su marido Juan, más sedentario y menos inquieto que ella, no parecía encontrarse a disgusto en el castillo francés, donde estudiaba la Historia de la región y continuaba sus investigaciones sobre los regimientos de Francia.

Sea como fuere, abandonaron Francia para llegar a Tánger en 1909. No lo hacían solos, sino con cuatro hijos de corta edad: Isabel (nueve años), Francisca (siete años), Ana (tres años) y Enrique (un año). Si la Duquesa de Guisa se aburría y necesitaba nuevos horizontes, seguro que al menos para sus pequeños hijos había otros lugares más seguros que el Marruecos de aquel entonces, entre ellos Villamanrique, en la provincia de Sevilla, donde residía la madre de la Duquesa, llamada también Isabel, nacida Infanta de España y en aquel entonces Condesa viuda de París.

Desde luego no se marcharon de Francia porque pesara sobre ellos la ley del exilio de 1886, pues ésta afectaba a los jefes de las familias que hubiesen reinado en Francia (Orleáns y Bonaparte, pues los Borbones franceses se habían extinguido en 1883) y a sus herederos varones directos, y el Duque de Guisa no se hallaba en esa situación.

Era creencia consolidada entre ancianos larachenses que tuvieron ocasión de frecuentar a los Duques con asiduidad, el hecho de que llegaron a Marruecos “con lo puesto”. Todavía viven descendientes de aquellos que conocieron personalmente a la Duquesa de Guisa, y que con prodigiosa memoria recuerdan a sus padres narrar cómo los Duques fueron acogidos inicialmente por las monjas Franciscanas Concepcionistas y ayudados económicamente por la familia belga Clarembaux, establecida en Larache desde el siglo XIX.

¿A qué tanta aventura y precariedad económica en unos Príncipes de sangre cuyos bienes no estaban confiscados en Francia?. ¿Por qué el ir a parar a Marruecos con cuatro niños pequeños, el menor con un año?. Son especulaciones, pero tal vez tengan que ver con un duelo ocurrido en Larache antes de la I Guerra Mundial en los jardines del “Palacio de la Duquesa” entre el representante del cónsul de España, Zapico, y el Conde de Bernis (que había llegado con el séquito de la Duquesa en 1909), en el que el francés resultó muerto. Se adujeron insultos que el Conde había proferido hacia España; pronto se “echó tierra” sobre el asunto, pero la muerte de aquel Conde en duelo, siempre fue relacionada con cuestiones amorosas que apuntaban hacia la Duquesa.

Llegados a Tánger, comenzaron los Duques a recorrer distintos lugares del norte de Marruecos, con la intención de establecerse como colonos. Fue así como recorriendo a caballo la costa atlántica marroquí, llegaron a Larache. ¿Qué pudo mover a la Duquesa de Guisa querer establecerse en esta ciudad?. Quizás el encontrarse con “una pequeña ciudad recia, antigua y tranquila”, en palabras de su nieto el Príncipe Miguel de Grecia. O tal vez que allí conociese a alguien. En este último sentido apuntan testimonios que he recibido recientemente y que hablan de su relación amistosa con una francesa, quizás antigua dama de honor de la Duquesa, casada con un Clarembaux y residente por aquel entonces en Larache.

Avalando la tesis de su penuria económica, el Conde de París en el libro anteriormente citado, cuenta cómo con el apoyo de Alfonso XIII sus padres obtuvieron “la concesión excepcional de un terreno de cuatro hectáreas en Larache”. Quizás esta concesión “excepcional” se debiera a que las tierras que se dieron a los Duques fuesen anteriormente propiedad del Majzen. Puede ser, aunque revelaciones recientes me indican que al menos parte de esas tierras fueron donadas por la familia Clarembaux, que efectivamente eran propietarios de la finca conocida en aquella época como “Jardín del Zoco”, que comenzaba donde después se hizo la Plaza de España (actuala Plaza de la Liberación, antiguo Zoco Grande) y que corriendo más o menos paralela a la costa, se adentraba hacia el interior.

Adquirieron casi simultáneamente una propiedad agrícola a unos treinta kilómetros de Larache, ya en lo que luego fue zona francesa, y la bautizaron con el nombre de “Marif”. En esta finca vivieron pocos años, mientras se construía la casa-palacio de Larache. No se dieron a conocer por su auténtico apellido y rango, haciéndose pasar por la familia Orliac, aunque no por mucho tiempo pudieron ocultar su verdadera identidad.

Al estallar la I Guerra Mundial, el Duque de Guisa se alistó con el falso nombre de Jean Orliac y con él pudo servir a Francia como delegado de la Cruz Roja; descubierta su identidad, fue encargado por la República de difíciles misiones y al finalizar la contienda, recibió la Cruz de Guerra Francesa. Regresó a Larache pero nunca sintió hacia esta ciudad el cariño y apego que siempre tuvieron sus hijos y sobre todo su esposa Isabel. Fue entonces cuando se trasladaron de la finca “Marif” a lo que todos los larachenses conocemos como el “Palacio de la Duquesa de Guisa”, construido en parte de aquellas cuatro hectáreas recibidas. Un edificio con planta baja y primer piso con una gran terraza, pulcramente encalado en blanco y con persianas y puertas pintadas en azul marino; paredes encaladas sobre las que trepaban buganvillas moradas y todo ello -aparte otras dependencias diseminadas por la propiedad- rodeado de un extenso jardín en el que setos de mirto flanqueaban senderos interrumpidos de vez en cuando por plazoletas con fuentecillas y bancos de azulejería, que recordaban a los de los Reales Alcázares de Sevilla (no en vano la Duquesa era hija de Infanta española y sevillana); dentro de los parterres, alhelíes, fucsias, geranios y claveles. Enormes jazmineros podados en forma redondeada y damas de noche. En lugares más retirados, limoneros luneros y naranjos. Durante los mese de abril y mayo, enormes cantidades de gladiolos rosas y blancos florecían por todas partes. En las zonas más umbrías, plantadas en tiestos vidriados en cuya decoración geométrica, haciendo arabescos, alternaban dibujos blancos y azules, las obligadas aspidistras. Y por todo aquel jardín que se iba haciendo más enmarañado conforme se alejaba del Palacio, numerosas tortugas terrestres lo recorrían a su antojo en cualquier dirección.

Allí se estableció una corte cuyo centro sin duda fue la Duquesa de Guisa. Aunque no residían permanentemente en Larache, sino que alternaban sus estancias en la ciudad marroquí con otras en distintos países europeos, era ella quien de manera casi obstinada regresaba a esta ciudad siempre que podía, para permanecer allí cuanto más tiempo mejor. El Duque de Guisa a veces la acompañaba en estas largas estancias, pero no sintiendo por aquel lugar el cariño de su mujer, se aburría “soberanamente”, dedicándose a practicar uno de sus entretenimientos favoritos: tocar el tambor por los jardines del Palacio, motivo por el cual se hizo popular entre los larachenses. Esta afición la alternaba con la cacería y la equitación, que practicaba sobre todo al fondo del extenso jardín donde bastante diseminados, crecían eucaliptos, palmeras y araucarias.

Cuando los Duques de Guisa llegaron a Larache, él no albergaba ninguna posibilidad de convertirse en Jefe de la Casa de Francia; ocupaba el tercer lugar en la línea sucesoria. Pero el destino quiso que los que le precedían murieran sin descendencia masculina. Cuando en 1926 falleció su primo hermano el Duque de Orleáns (hermano de su mujer), el Duque de Guisa se convirtió en Jefe de la Casa de Francia; y con él su mujer y prima Isabel en “reina de derecho” de aquel país.

La República francesa en consideración al papel desempañado por el Duque durante la I Guerra Mundial, le ofreció la posibilidad de establecerse o pasar temporadas en Francia, con la condición de que se abstuviera de participar en cuestiones políticas. Pero él, consciente de lo que representaba y tras comunicárselo a su hijo y heredero Enrique, Conde de París y por tanto ya convertido en Delfín, decidieron exiliarse.

Es en esta época, a partir de 1926, cuando la Duquesa de Guisa, sin de jar de pasar largas temporadas en Larache, debió asumir las responsabilidades de su nuevo papel. La Casa de Francia estableció su domicilio oficial en las cercanías de Bruselas y como a la Duquesa no le afectaba la ley del exilio, organizaba visitas de propaganda monárquica a París y distintas provincias, donde en medio de ciertas esperanzas de restauración monárquica, era aclamada por la multitud con gritos de ¡viva la reina!. Lo cierto es que el Duque de Guisa, convertido contra todo pronóstico en pretendiente al trono y no sintiéndose atraído por la política, fue poco a poco dejando las riendas de la causa monárquica orleanista en manos de su hijo, el Conde de París.

El estallido de la II Guerra Mundial marca un antes y un después en la vida de la Duquesa de Guisa. Si llegada a Larache en 1909 fue enamorándose de la ciudad hasta el punto de que contra viento y marea hacía todo lo posible por permanecer en ella cuanto más tiempo mejor, a partir de 1939 y durante veintidós años, puede afirmarse que Larache se convirtió en su residencia oficial y que sus salidas al exterior se fueron espaciando cada vez más en el tiempo.

Al declararse el conflicto, los Duques se refugiaron en el Palacio de Larache. Y en este lugar falleció el Duque de Guisa el 25 de agosto de 1940. El cadáver fue velado por las Hermanas de la Caridad del hospital de la Cruz Roja y por la capilla ardiente desfiló gran parte del pueblo de Larache. Sus restos fueron trasladados directamente desde el Palacio ducal al cementerio viejo (de Nador o la Marina), donde fue sepultado en un nicho del Panteón de la Aviación Española.

Prueba de la importancia que las autoridades españolas daban a los Orleáns exiliados en Larache, fue la asistencia al entierro de numerosas personalidades. Así, presidieron el cortejo fúnebre el Obispo de Tánger, el Alto Comisario de España en Marruecos (General Asensio), el Secretario General de la Alta Comisaría, el Coronel Jefe del Territorio de Larache, el Interventor Regional, el Bajá de la ciudad (Sidi Mohammed Jalid Raisuni), el Ministro de España en Tánger (Don Carlos Miranda) y el Administrador de la Zona de Tánger (Don Manuel Amieva). A ellos debe sumarse la presencia de una nutrida representación de notables marroquíes y el pleno del Consejo Comunal Israelita.

Ya no fue sólo la guerra, sino el enviudar, lo que motivó el que la Duquesa de Guisa “enraizase” definitivamente en Larache y crease una pequeña corte en torno a la cual giró la sociedad larachense de la época. Convertida de derecho en “reina viuda” de Francia, y recayendo la herencia dinástica en su hijo el Conde de París, pudo organizar su vida sin tanta dependencia como la que en su papel de consorte, había tenido desde 1926.

Por el momento, el conflicto mundial planteó graves problemas a la familia y el Palacio de Duquesa en Larache se convirtió durante algunos años en residencia habitual (lugar de refugio para ser más exactos) de numerosos príncipes. Aparte de ella y desde 1940, allí estuvieron el Conde y la Condesa de París con sus hijos los príncipes Isabel, Enrique, Elena, Francisco, Ana y Diana; por si ello fuese poco, en 1941 nacían en Rabat los gemelos Jaime y Miguel y en 1943 y en el Palacio de Larache, la Condesa de París daba a luz a la princesa Claudia. A los citados, se unieron las hijas de la Duquesa: Isabel y su segundo marido el príncipe Pedro Murat con las tres hijas de ella; y Francisca (viuda del príncipe Cristóbal de Grecia) con su hijo el príncipe Miguel de Grecia.

El Palacio de Larache se convirtió en una especie de cuartel en el que hubo que organizarse como se pudo para dar cabida a tantas personas. Fue necesario planificar los estudios para los niños y la propia Duquesa presidía una comisión que se constituyó para examinar a sus nietos.

Isabel de Orleáns se sentía feliz rodeada de los suyos, pero poco antes de acabar la guerra se vio en el amargo trance de comunicarles que se había quedado sin dinero para mantenerles: todos hubieron de levantar el vuelo y abandonar Larache, la ciudad que durante aproximadamente cuatro años se convirtió en residencia de doce miembros de la Casa de Orleáns, dos de la familia real griega y dos de la familia Murat (emparentados con los Bonaparte)

Todavía en vida del Duque y a principios de los años veinte habían sido frecuentes en Larache la celebración de fiestas cuya finalidad era la recaudación de fondos para necesitados. Tenían lugar en el Casino Español, que había sido fundado por el que fuera Coronel Fernández Silvestre en un lateral del arenal de lo que luego sería Plaza de España, y a ellas, aportando su colaboración, asistían de manera habitual los Duques de Guisa y sus hijos.

El rápido crecimiento de la población larachense, con la llegada de gentes muy escasas en recursos venidas sobre todo de las costas andaluzas y levantinas y que buscaban mejores condiciones de vida, hizo que el problema de asistencia social en la ciudad aumentase. Es en 1926 y en el barrio de Larrucea cuando la Duquesa de Guisa funda la “Casa del Niño”, para ayuda de niños españoles necesitados. La Duquesa fue presidenta de la Junta constituida para dirigir la Institución, cuya secretaria pasó a ser su amiga Suzanne Spiteri de Clarembaux, y su apoyo económico fue decisivo para que la fundación saliese adelante. La labor de Isabel de Orleáns a favor de los niños necesitados fue de tal magnitud que el Alto Comisario, General Sanjurjo, en nombre del Rey Alfonso XIII, le impuso en el año anteriormente citado la Gran Cruz de Beneficencia.

La actuación solidaria de la Duquesa hacia cualquier obra encaminada a la asistencia de los menos favorecidos parecía no tener fin. Si la “Casa del Niño” estaba destinada a niños españoles, no había discriminación para gentes de cualquier religión, a las cuales era habitual ver haciendo cola en días determinados a las puertas del Palacio para recibir ayuda.

La institución de la Cruz Roja fue fundada en Larache en 1922 y desde el principio destacó la participación de Isabel de Orleáns, que pasó a ostentar el cargo de Presidenta de Honor de la Asamblea Local.

Ahora, el fin de la II Guerra Mundial le permitió poder disponer de los recursos sin los que se había quedado, y a partir de entonces se volcó más si cabe en la solidaridad y ayuda para con los necesitados. Fue en estos años de la posguerra española y mundial cuando bajo su presidencia se organizaban frecuentes actos sociales cuya finalidad era recaudar fondos para los menos favorecidos: rifas y bailes que reunían a numerosas personas que querían participar en el proyecto de la Duquesa.

Lo cierto es que en aquellos años cuarenta, pocos actos de importancia se hacían en Larache si no era con la participación de la Duquesa de Guisa. Su esbelta figura, ojos profundamente azules y unos coloretes que en sus mejillas trataban tal vez de disimular la palidez del rostro, se unieron para siempre a la Historia de la ciudad.

Cuando el 23 de octubre de 1945 fue asesinado en la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar de Larache el párroco Don Pedro Martínez –crimen que conmocionó a la ciudad- y cuando días después tuvo lugar el entierro, en la comitiva fúnebre y en su primera presidencia se hallaba la Duquesa de Guisa; era la única mujer, junto a la cual formaban el cortejo entre otras personalidades el General Jefe del IX Cuerpo de Ejército (Don Francisco Delgado Serrano), el General Jefe del territorio (Mohammed Ben Mizián Bel Kassem), y el Bajá de la ciudad (Sidi Mohammed Jalid Raisuni)

Sus hijos y nietos acudían con frecuencia a visitarla, porque era prefería permanecer en la ciudad a la que llegó en aquel lejano 1909 y a la que tantos recuerdos la unían. Sin duda el cariño y la deferencia con que los larachenses la trataban, no fueron ajenos a aquella obstinación con que la Duquesa de Guisa quiso seguir viviendo en Larache.

Su corte era sencilla, pero bien organizada. Inicialmente su chambelán fue monsieur Bazaine (hijo del mariscal del mismo nombre, condenado tras la capitulación del ejército que dirigía frente a los prusianos); después de Balzaine, su chambelán, ya hasta el final, fue monsieur Chambon.

Las señoritas Baglietto y Díaz eran sus damas de compañía, quienes la tenían informada de todo lo que de importancia ocurría en la ciudad y quienes confeccionaban las listas de personas que, cada dos semanas aproximadamente, eran recibidas por la Duquesa. Ellas se encargaban de ponerle al corriente de todos los pormenores de quienes iba a recibir, de tal manera que el invitado, cuando la Duquesa le preguntaba con interés por su hijo o hija, marido o madre, se iba con la convicción de que la señora estaba al corriente de lo que en su familia ocurría…

Eran también Baglietto y Díaz quienes la acompañaban a la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, donde en primera fila y frente al altar del Sagrado Corazón, la Duquesa de Guisa y su familia siempre tuvieron reclinatorio propio.

Ni qué decir tiene que el ser recibido en audiencia por la Duquesa, era para la sociedad larachense muy codiciado. Ella no era tonta, lo sabía; como también sabía con toda delicadeza poner en su lugar a quien se propasaba en confianza o atribuciones mal entendidas. Así, cuando en cierta ocasión un reducido grupo de esposas de militares españoles se atrevieron a decirle que no era conveniente que mantuviese amistad con la francesa madame Brau, porque se murmuraba acerca de su vida privada, la Duquesa esbozó la mejor de sus sonrisas; con sus profundos ojos azules miró a todas unos instantes y con voz dulce contestó: “Pues deben saber en Larache que quien no sea amiga de madame Brau, tampoco lo es de la Duquesa de Guisa”. Y aquellas cotorras malintencionadas enmudecieron.

Las fiestas en el Palacio no eran numerosas. Una o dos al año como mucho, con carácter multitudinario. Y eso sí, de forma privada, cenas a las que acudían sus amistades más allegadas, cada dos o tres semanas y que reunían a unas quince o veinte personas. Cuando la cena había concluido, ella, ya mayor, se retiraba a sus habitaciones y dejaba que los jóvenes presentes organizasen bailes hasta altas horas de la madrugada.

Llevaba una vida tranquila y relajada. Poco a poco fue abandonando la equitación, que practicaba en los jardines del Palacio y en la que llegó a ser una gran amazona. Ahora prefería recibir lecciones de piano del profesor músico Don Aurelio Gómez Paños, pasear por los extensos y apacibles jardines y conversar. En los años finales, y cuando las señoritas Baglietto y Díaz cesaron como damas de compañía, fueron sustituidas por la señora de Ochoa. Le gustaba hablar con la popular periodista Adelina, que rara era la semana en que no daba noticias de la Duquesa en el periódico “El Avisador de Larache”, acompañada de la correspondiente fotografía; y también con su médico de cabecera el Doctor Don Antonio Mayor. Cesadas en su cargo sus dos primeras damas de compañía, que eran quienes la tenían hasta entonces informada de todo –sobre todo Baglietto, que habían llegado con ella a Larache en 1909-, eran el Doctor Mayor quien la mantenía al tanto de lo que sucedía en la ciudad. Absolutamente todos los días iba a ver a la Duquesa, convirtiéndose así no sólo en el sanador de los achaques que con la edad iban apareciendo, sino en un verdadero confidente.

Dentro del interés que entre otras cosas la Duquesa siempre mostró hacia los niños y la educación, bajo su mecenazgo Doña Patrocinio Díaz fundó el “Colegio Santa Isabel”, llamado así en honor de la Duquesa (del que el que escribe estas líneas se siente orgulloso de haber sido alumno), y en el que se impartía enseñanza desde párvulos hasta primero de bachillerato.

La Duquesa de Guisa decidió seguir viviendo en Larache cuando en 1956 Marruecos recobró su independencia; se sabía querida y era ya anciana; y además ¡había llegado allí antes del Protectorado!. Quiso pasar los últimos años de su vida arropada por las visitas de sus familiares y por el cariño de los larachenses sin distinción de religiones. Años antes, había tenido la alegría de ver levantada la ley del exilio que prohibía a su hijo (el Conde de París) y a su nieto Enrique la entrada en Francia. Albergó también la esperanza de una posible restauración de la monarquía, toda vez que las numerosas entrevistas entre el General De Gaulle y el Conde de París así lo hacían presagiar.

Pero en octubre de 1960 ocurrió algo que traspasó su corazón: la muerte en acción de guerra de su nieto Francisco (segundo hijo varón del Conde de París); luchaba en la guerra de Argelia y cayó en combate. Era un “orgullo” que un Orleáns diese la vida por su patria, pero un golpe demasiado duro para una anciana.

La Duquesa de Guisa, la “reina madre de derecho” de Francia, falleció en su Palacio de Larache el 21 de abril de 1961. Fue grande el pesar que la noticia causó en la ciudad.

Su cadáver fue embalsamado por el Doctor Mayor, con ayuda de los practicantes Don Andrés Tenorio y Don Rafael Morales. Trasladado a Francia, fue enterrado en el Panteón de la familia Orleáns en Dreux, donde ya descansaban los restos de su marido. Allí la esperaban los suyos, pero ella había querido morir en Larache.

El Palacio fue cerrado, siendo custodiado por la familia Barrales-Vargas. En él se alojó en una ocasión el rey Hassán II. Pocos años después, y tras hacerse cargo de todo lo que de valor pudiese haber, el Conde de París vendió la propiedad. En su interior se realizaron reformas y el Palacio quedó convertido en el “Hotel Hesperis”; en la actualidad se llama “Hotel Ryad”.

Hoy en día, continúa siendo el bonito caserón pintado en blanco, con persianas y puertas de color azul marino y por el que en algunas fachadas, las buganvillas de color morado, las mismas que vio la Duquesa, siguen trepando y cubriendo los muros.

En Larache no la han olvidado y aunque de manera incomprensible –quizás ingrata, pues en su acción solidaria nunca olvidó a los marroquíes-, a finales de la década de los sesenta cambiaron el nombre de la calle “Duquesa de Guisa”, a la que se abría la puerta principal del Palacio, cuarenta y un años después de su fallecimiento, no sólo muchos mayores se acuerdan de la Duquesa y de su gran generosidad, sino que entre los marroquíes larachenses circula una frase hecha que dice: “¡Hija, te vas a quedar mocita como la Duquesa de Guisa”!. Sin duda debida a la falsa creencia de que nunca se casó.

Evidencia en cualquier caso este dicho la huella dejada por una gran señora; una personalidad extraordinaria, que eligió Larache como lugar de residencia porque se sintió enamorada de una ciudad hospitalaria, bella y con un encanto especial.

Existió en el norte marroquí una corte, que ni estuvo en Tetuán, ni fue la del Jalifa… Larache tuvo durante cincuenta y dos años la suya propia y los larachenses de nacimiento o adopción nos sentimos orgullosos de ello. No por la “corte” en sí, sino por haber tenido como conciudadana a Isabel de Orleáns y Orleáns, Duquesa de Guisa (tía-abuela del rey Juan Carlos I), a cuyo recuerdo hoy, tanto tiempo después de su muerte, dedico estas líneas con respeto, algo de nostalgia y afecto.

El autor de este artículo hace constar que cualquier otro aparecido en Internet con el mismo o parecido título o cuyo contenido sea semejante al precedente, es copia del mismo.

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Un comentario

  1. Buenas noches. Me ha hecho mucha ilusión leer este artículo sobre la Duquesa de Guisa. Desde mi niñez he oído hablar de ella pues soy nieto de Doña Patrocinio Díaz García, Directora que fuera del Colegio Santa Isabel fundado en 1947 bajo el patronazgo de la Duquesa, e hijo de su hija Margarita Hernández Díaz que era natural de Larache donde nació en 1935. En 1957 se casó con mi padre, Rafael Girona Olmos, por entonces Teniente de Infantería destinado en La Legión (Tercio Juan de Austria). De Larache son nacidos, también, dos de mis hermanos.
    Les escribo desde Toledo, lugar en el que se estableció definitivamente nuestra familia al ser destinado mi padre a la Academia de Infantería en 1962 y desarrollar desde entonces su carrera vinculado a la formación de Oficiales de Infantería. Ambos fallecieron en 2021.
    Un saludo cordial.
    Víctor Girona Hernández

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