Un Franciscano, arabista y diplomático: el P. Lerchundi

Un Franciscano, arabista y diplomático: el P. Lerchundi

Fernando Valderrama Martínez

Querría brevemente trazar, a grandes rasgos, la biografía de un hombre ejemplar, de recuerdo imborrable sobre todo para los que hemos vivido largos años en Marruecos y hemos leído y aprendido en sus libros nuestras primeras nociones de árabe: el Padre Franciscano José Lerchundi cuya fructífera vida presentaba la faceta de diplomático junto a las de franciscano y arabista.

Entre los más preclaros franciscanos del Colegio de Misioneros para Tierra Santa y Marruecos de Santiago de Compostela, Centro de donde salieron tantos y tantos varones ilustres, figuraba a últimos de la primera mitad del siglo XIX Fray José Lerchundi, joven tan enfermizo que, durante su diaconado, sufrió varios vómitos de sangre, sin que ello le impidiera continuar sus estudios, considerándose fuerte porque así lo era su decidida vocación religiosa.

Había nacido en Orio (Guipúzcoa) el 24 de febrero de 1836. Primero en Asteasu, a la sombra de su tío José María Lerchundi, vicario de dicho pueblo, y luego en Segura, bajo la dirección del religioso franciscano Padre José María Elola, el joven Lerchundi, hace sus primeros estudios. Siente predilección por el latín y por la música. A los 17 años lo encontramos en el Santuario de Aránzazu, desempeñando la plaza de organista. En aquella preceptoría, confiada a los franciscanos, prosigue sus estudios de Humanidades bajo la dulce influencia franciscana que allí se respira, siente renacer en su alma su vocación religiosa.

Por un acuerdo entre la Santa Sede y la reina Isabel II, se autoriza la fundación de un Colegio de Misioneros para Tierra Santa y Marruecos en la histórica ciudad de Priego (Cuenca). Allá se dirige el joven Lerchundi el 17 de abril de 1856. Cuenta veinte años. El día de la inauguración (14 de julio de 1856) forme parte del grupo de jóvenes que toman el hábito franciscano soñando con Jesús. El día 14 de julio de 1857 emite los votos solemnes, y en la legendaria ciudad de Segorbe recibe, el 18 de septiembre del mismo año, las cuatro órdenes Menores, el Subdiaconato el día siguiente, y el 27 de febrero de 1858 el Diaconato. Es ordenado sacerdote en Cuenca el 24 de septiembre de 1859 y el día 4 de octubre de dicho año celebra la primera misa.

Ordenado sacerdote, llegó a la Casa Conventual Franciscana de Tánger el 19 de enero de 1860, cuando el general O’Donnell se acercaba a Tetuán. En Tánger se dedicó intensamente al estudio de la lengua árabe manteniendo trato constante con “tolba” y alfaquíes, que sentían honda simpatía hacia el estudioso fraile por sus altas dotes de piedad, su bien ganado prestigio en las ciudades de Marruecos donde era muy estimado por las autoridades musulmanas y por el Cuerpo Diplomático, establecido en Tánger, entonces capital diplomática de Marruecos.

Al lado del venerable P. Pedro López, Proprefecto de las Misiones, inicia su labor de apostolado. El 8 de junio de 1863, el Nuncio de Su Santidad le nombra Vicegerente del Proprefecto de la Misión. Delegado por el Padre López, realiza una visita pastoral a tetuán en enero de 1864, y al año siguiente, a las cristiandades de Casablanca, Mazagán, Safi y Mogador.

El 5 de marzo de 1864 es nombrado Superior de la Misión de Tetuán; pero pronto su quebrantada salud lo obliga a presentar la renuncia de su cargo (noviembre de 1869). Sus ocupaciones serían la vida de Comunidad y el estudio de la lengua árabe. En 1876, mejorada su salud, ejerce de nuevo la presidencia de la Misión de Tetuán.

El 19 de febrero de 1877 moría en Tánger el Padre Cerezal y, para cubrir su puesto de Proprefecto de la Misión, fue nombrado el Padre Lerchundi el 10 de junio.

Sin embargo, un lamentable incidente le obligó a salir de Marruecos, en octubre de aquel año, y pasó a prestar servicios en Granada, donde trabó amistad con el insigne orientalista Francisco Javier Simonet, catedrático de aquella Universidad, y juntos colaboraron en la “Crestomatía arábigo-española”, colección de fragmentos históricos, geográficos y literarios relativos a España durante la dominación árabe, obra que alcanzó pronto gran éxito.

En septiembre de 1878 es nombrado profesor de Teología Moral y de Lengua Árabe del Colegio de Misiones recientemente abierto en Santiago de Compostela y, en noviembre, del mismo año, es elegido Rector del Colegio. Poco después obtiene el “placet” de nombramiento de Proprefecto de la Misión de Marruecos por parte del Gobierno y toma posesión del cargo el 30 de diciembre de 1879.

Desde entonces hasta su muerte desempeñó el citado cargo, no sólo desarrollando ampliamente las Misiones Franciscanas en Marruecos y algunas en España sino llevando a cabo, al mismo tiempo, una constante y magnífica labor social, benéfica, diplomática, investigadora y docente que sería objeto de alabanza, mucho más cuando todo lo hizo un frailecito de salud delicada a quien, por ello, cuando marchó a Marruecos, todos lo creían condenado a una muerte segura y próxima.

Hitos de su magnífica labor religiosa son, entre otros, los siguientes: construcción de la nueva iglesia de la Purísima Concepción (1881) y la capilla de San Juan del Monte en Tánger (1883); la construcción de la iglesia de San Buenaventura y la Casa Misión en Casablanca (1891); la restauración de la Casa Misión de Larache (1892); la fundación de las Casas Misión en Rabat y Safí (1891 y 1893 respectivamente); y, sobre todo, la fundación del magnífico Colegio de Misiones del sanatorio de Nuestra Señora de Regla en Chipiona (Cádiz), plantel de Misioneros para Tierra Santa y Marruecos, llevado de su convencimiento de la necesidad de preparar adecuadamente a los que habían de misionar en Tierra Santa y en Marruecos El balance de los primeros 65 años de vida de este Colegio no pudo ser más elocuente pues durante ellos salieron 266 Misioneros: 135 para Marruecos, 88 para Tierra Santa, 41 para América y dos para China. El padre Lerchundi pudo así lograr que su espíritu de apostolado le sobreviviera, y en la explanada de este Santuario, para mayor testimonio, se elevó un monumento a su memoria después de su muerte.

En Chipiona colaboró también, lleno de celo y entusiasmo, con Manuel Tolosa Latour, estableciendo el primer Sanatorio Marítimo de España, que se inauguró en 1892 con ocasión de conmemorarse el IV Centenario del Descubrimiento de América. El Dr. Tolosa Latour le dedicó, a su muerte, un emocionado folleto titulado “El Padre José”.

En Tánger se crearon sucesivamente, gracias a sus magníficas relaciones con la corte marroquí, las Casas de Misión de Larache, Rabat y Safí, personándose en estas ciudades el Padre Lerchundi para solventar sobre el terreno las innumerables dificultades que se presentaban y que él lograba vencer no sólo por su tesón y su gran conocimiento del idioma sino por el alto prestigio de que gozaba y por su habilidad para granjearse el afecto de las autoridades marroquíes, y, con el auxilio del Gobierno español, consiguió crear el Hospital Español en Tánger, que tan considerables beneficios hubo de reportar al vecindario tangerino.

También estableció en Tánger el primer colegio de Segunda Enseñanza y los estudios de Auxiliares de Medicina para marroquíes.

El predicamento de que gozaba cerca de don Claudio López Bru, segundo Marqués de Comillas, sirvió para convencer a éste de la conveniencia de instalar en Tánger una fábrica de electricidad, consiguiendo también, por su tenacidad, la unión cablegráfica de Tánger con Cádiz y la instalación del teléfono en aquella ciudad.

El Padre Lerchundi fue además notable músico y celebrado organista, y gozaba actuando como tal, cantando de barítono en las grandes solemnidades religiosas.

Nuestro Padre Franciscano trabajó incansablemente por la creación de centros para mejoras sociales, docentes, artísticas e incluso comerciales. Ahí están como muestras la Escuela de Medicina, la Escuela de Artes y Oficios, la imprenta hispano-arábiga con el taller de encuadernación, la Escuela de Estudios Árabes de Tetuán, el reloj público de la iglesia de Tánger, la instalación de la luz eléctrica, el hermoso órgano de la Misión, el cable y teléfono españoles, la creación de la Cámara de Comercio, el proyecto del muelle de Tánger, el establecimiento de una línea de vapores de la Compañía Transatlántica entre España y Marruecos, etc. Con razón escribía un periodista en “El Tiempo” cuando falleció: “Con la muerte del Padre Lerchundi ha perdido España un sostén eficacísimo de su política y de su preponderancia en Marruecos”.

“Padre de los pobres” era uno de los títulos con los que se conocía al Padre Lerchundi. Toda su actuación apostólica está presidida por su preocupación por los pobres, los desvalidos y los niños. Datos, entre otros, de esta preocupación, son la creación del Hospital Español en Tánger, que ya hemos mencionado, y la “Cocina Económica” en la misma ciudad; la Asociación de Señoras de María Inmaculada con residencia en Madrid y ramificada en provincias para ayudar a las misiones; la creación de la barriada de casas baratas en Tánger y la instalación en las playas atlánticas de Chipiona del Sanatorio de Santa Clara para niños escrofulosos. El doctor Tolosa Latour, que le había inspirado esta idea, escribió en “El Imparcial”: “Esta fundación. Quizás por ser la última, era la más querida del Padre Lerchundi. Él sacó la primera espuerta de arena, él bendijo los trabajos, él animó a todos en sus desfallecimientos”.

Tanto y tan bien llegó a dominar el idioma árabe que hasta los propios intelectuales marroquíes acudían a él en consultas de tipo filológico, asombrándoles el Padre Lerchundi por la exactitud y claridad en su interpretación de los viejos manuscritos o documentos que, para su análisis y estudio, le llevaban. La fama que adquirió como arabista llegó tan lejos como la de sus virtudes y, por esto, el Sumo Pontífice, a propuesta de la Orden Franciscana, hubo de nombrarlo, en 1887, Prefecto de las Misiones Apostólicas de Marruecos.

Antes de esto, en 1872, el Padre Lerchundi había coronado su fama de arabista publicando en Madrid la tan interesante Gramática Árabe, que, con gran modestia, tituló “Rudimentos de Árabe Vulgar que se habla en el Imperio de Marruecos”, obra de la que se hicieron nuevas ediciones en los años 1889, 1902 y 1908, seguidas de otras. La que yo manejé, en mi ya lejana juventud, en mi iniciación al estudio gramatical del árabe marroquí era la sexta, editada en Tánger en 1925. La edición de 1908 fue traducida al inglés por el Sr. Mac Leod.

Sus “Rudimentos del Árabe Vulgar...” ha sido el libro en el que varias generaciones se han iniciado en el estudio del árabe marroquí. Podemos decir que, durante 50 años, lo han estudiado numerosos españoles residentes en Marruecos e incluso se ha utilizado en España en algunos Centros.

Esta obra fue completada con la publicación, el 4 de octubre de 1892, en la Imprenta por él creada en Tánger, de su “Vocabulario español-arábigo”, un diccionario de gran utilidad. El texto árabe corresponde al dialecto marroquí.

Antes de la publicación de sus “Rudimentos...” era muy poco lo que se había escrito sobre el árabe hablado en Marruecos, siendo el primero que había dado algunas nociones de él Jorge Host en su “Relación sobre Marruecos” que salió a la luz en Copenhague en 1779.

En 1800 publicó en Viena Francisco de Dombay su “Gramática linguae mauro-arabicae juxta vernaculi idiomatis usum”, libro sumamente reducido pues sólo constaba de 40 páginas y no tenía mucha exactitud en la pronunciación figurada.

Por Real Orden de Carlos IV pasaron a Marruecos, en diciembre de 1798, el Padre Patricio de la Torre, D. Manuel Bacas Merino y D. Juan Arce y Moris con objeto de estudiar el dialecto magrebí y así recogieron los materiales necesarios para la publicación del famoso Diccionario de Fray Pedro de Alcalá, impreso en Granada en 1505 con el título de “Vocabulista castellano-arábigo”. La misión dio como resultado que, con la aportación de buen número de palabras, pudiera publicarse el “Vocabulista castellano-arábigo compuesto y declarado en lengua castellana por el Muy Reverendo Padre Fray Pedro de Alcalá, de la Orden de San Jerónimo, corregido, aumentado y puesto en caracteres arábigos por el Muy Reverendo Padre Fray Patricio de la Torre, de la misma Orden, bibliotecario y catedrático de la lengua arábigo-erudita en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial”. Esta obra se imprimió en Madrid en los primeros años del pasado siglo; pero es poco conocida por haberse inutilizado sus ejemplares y sólo se conoce el que se conserva en la Biblioteca del Monasterio, que llega hasta el vocablo “ofrecimiento” por lo cual se duda de si llegó a terminarse su edición.

Otra obra fue el “Compendio Gramatical, para aprender la lengua arábiga así sabia como vulgar” por Don Manuel Bacas Merino. Fue impresa en Madrid en 1807; pero es muy raro encontrar un ejemplar.

Sabemos que en el primer tercio del pasado siglo, Fray Pedro Martín del Rosario, intérprete del Consulado de España en Tánger, reunió los materiales para publicar una Gramática y un Diccionario, que nunca llegaron a ver la luz y cuyos materiales han desaparecido, aunque su destino no era desconocido para algunos,

Podemos considerar, pues, que la obra del Padre Lerchundi es, en el aspecto filológico, la primera más conocida y manejada.

Y así llegamos a la figura del Padre Lerchundi en el ambiente diplomático.

En todos los momentos cumbres que irrumpen en el ambiente marroquí durante su vida, aparece la figura del Padre Lerchundi orillando obstáculos y ofreciendo facilidades para que España recobrara en el Norte de África el lugar preeminente que le correspondía entre todas las naciones europeas por razones históricas y de vecindad.

Conocía el Gobierno español tan exactamente la influencia y el valor del Padre Lerchundi así como sus extraordinarias cualidades políticas, que llegó a designarlo miembro destacado de las Embajadas que S. M. Alfonso XII y la Reina Regente María Cristina enviaron al Emperador de Marruecos los años 1882, 1885 y 1887, misiones diplomáticas en las que pesó no poco la sana opinión y los profundos conocimientos que del país y de sus habitantes tenía el prestigioso Padre Franciscano, figura acaso la más conocida de entre los africanistas españoles del siglo pasado.

En este aspecto fue consejero de excepcional valía de las mayores figuras políticas españolas. Su correspondencia con Moret, político bien intencionado que quiso realizar una labor útil en Marruecos, es muy interesante y toca con extraordinaria claridad de juicio todos los aspectos de una sabia y fraternal política de relación con el Imperio marroquí. Sirvió de intérprete en varias entrevistas diplomáticas y fue el amigo sincero del Sultán Muley Hasán, soberano de Marruecos de 1873 a 1894.

Fue miembro de varias embajadas españolas ante el Soberano marroquí y acompañó también a dos célebres embajadas marroquíes en su visita a la capital de España: la realizada el 17 de junio de 1882 por el Hach Abdelkrim Bricha y la de Sidi Abd es Sadak ben Mohammed en 1885, que llegó a Madrid pocos días después del fallecimiento del Rey Alfonso XII y que fue recibida por su augusta viuda, la reina María Cristina.

En cuanto a las embajadas españolas, fue la de 1887 en la que el Padre Lerchundi tomó parte. Esta embajada llegó de Tánger a Rabat en una fragata y estaba formada por el embajador José Diosdado, el Primer Secretario, Sr. Campillo; el Segundo Secretario, Sr. García Jove; el Padre Lerchundi en calidad de Primer Intérprete y el Sr. Rinaldy como Segundo Intérprete. En el momento de la despedida, el Sultán, al dar la mano al Padre Lerchundi, le dijo: “Antá sahb-l-kebir; antá sahbi-s-sahih” (Tú eres mi gran amigo; tú eres mi amigo verdadero).

Por cierto que durante esta entrevista, el Sultán había querido tener una entrevista privada con “el gran alfaquí de los cristianos” como era conocido el Padre Lerchundi en el ambiente musulmán, y de esta entrevista surgió la idea de enviar a Roma una embajada marroquí para felicitar a Su Santidad León XIII con motivo de su jubileo sacerdotal.

La embajada se llevó a cabo con gran entusiasmo por parte del Sultán, y el Padre Lerchundi salvó todos los obstáculos y consiguió de la Reina Regente que pusiera a disposición de esta Embajada el crucero español “Castilla”, que fondeó en Tánger el 10 de febrero de 1888.

Dos días después embarcaba la Embajada, que iba presidida por el Ministro de Asuntos Extranjeros del Sultán en Tánger, Sidi Mohammed Torres, y de la que formaban parte otros cinco marroquíes notables, el Padre Lerchundi y el personal del séquito.

El 17 llegaba el “Castilla” al puerto de Civitavecchia; pero debido al mal tiempo, no pudo atracar y se dirigió a Nápoles, donde los que formaban la Embajada viajaron en tren a Roma.

Fijada la fecha del 25 de febrero para la recepción de la embajada marroquí, el Papa León XIII desplegó ante los enviados toda la pompa vaticana, sabedor de la agradable impresión que ello produciría en el ánimo de los visitantes, portadores de valiosos regalos para el Sumo Pontífice. La revista “La Ilustración Española y Americana” publicó una crónica del Conde de Coello en la que éste decía: “Pocas veces se ha dado mayor solemnidad en el Vaticano al recibimiento de una misión extraordinaria como la desplegada en la audiencia de los enviados marroquíes conducidos desde la Plaza de España a la de San Pedro en las carrozas de nuestra Embajada”.

Del discurso de Sidi Mohammed Torres, al hacer entre de la Carta Imperial, discurso en árabe que fue traducido al italiano por el Padre Lerchundi, recojo estas frases: “Nuestro Soberano, cuya grandeza conserve Dios muchos años, desea cimentar la amistad con Vos sobre las bases sólidas y quiere que esta amistad sea íntima y estrecha y que dure perpetuamente porque sabe que Vos moráis en las regiones de la justicia y que deseáis siempre el bien y la felicidad de todas las criaturas del mundo”.

Su Santidad el Papa pronunció un discurso agradeciendo el envío de la embajada y los suntuosos regalos así como la felicitación del Sultán y añadiendo: “Nos experimentamos, además, viva complacencia al ver entre vosotros a un digno hijo de aquella Orden que, desde su fundador, se ha propuesto, entre los las más importantes de sus empresas, el África en general y Marruecos en particular”.

La muerte sorprendió al Padre Lerchundi en Tánger a consecuencia de una hemorragia cerebral el 18 de marzo de 1896, cuando daba fin a su “Gramática de Árabe Literal”.

La entonces Junta de Arbitrios de Melilla (Más tarde Ayuntamiento) acordó dar el nombre de este ilustre franciscano a una de las principales calles de la ciudad.

La muerte del Padre Lerchundi en Tánger fue una grandísima manifestación de duelo: ondearon a media asta los pabellones de España y Portugal y asimismo en la mayoría de los establecimientos cristianos, musulmanes y judíos. El acompañamiento del cadáver fue una muy sentida manifestación de dolor por la pérdida de una figura que tenía tan justo relieve nacional e internacional.

Testigos fidedignos han legado escenas relacionadas con su muerte y entierro, que hablan muy alto de la estima y veneración en que todos lo tenían. Musulmanes y judíos alegaron sus derechos para enterrarlo a la usanza de su religión.

Durante muchos años después de su muerte, numerosas mujeres musulmanas y judías visitaban su tumba en el cementerio europeo de Tánger porque tenían plena confianza en que aquél fraile cristiano podía concederles cuantas gracias le pidieran. Este hecho refleja, mejor quizás que ningún otro, cómo el Padre Lerchundi, el Padre José según lo llamaban los marroquíes, había sabido captarse durante sus treinta y dos años de misión en Marruecos, el cariño y la admiración no sólo de los españoles y otros europeos, sino también de musulmanes e israelitas.

La obra ejemplar del Padre Lerchundi ha tenido un panegirista digno de ella: el Padre José María López, Secretario del Vicariato Apostólico de Marruecos y una de las mejores plumas de los misioneros franciscanos, que, en este caso, utilizó para la publicación de su obra en Madrid, en 1927, los ricos materiales del Archivo Franciscano de Tánger.

También se ha ocupado con gran competencia y entusiasmo de la obra del Padre Lerchundi, entre otros, el Padre Franciscano Esteban Ibáñez.

(Este texto fue publicado en 1997 como “separata” del “Boletín de la Asociación Española de Orientalistas”, año 33. Y ha sido recogido en “Homenaje a Fernando Valderrama Martínez, Selección de sus separatas”, en edición de Mª Victoria Alberola Fioravanti y publicado por la Agencia Española de Cooperación Internacional.)

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