Tres pioneros de la cultura de España en Marruecos

Tres pioneros de la cultura de España en Marruecos

Fernando Valderrama Martínez

I – Don Juan Nieto

El día uno de abril de mil novecientos nueve, tomó posesión de la primera escuela española en Larache, ante en cónsul don Juan Zugasti, el primer maestro que España enviaba a Marruecos: don Juan Nieto.

Nieto había nacido en San Roque (Cádiz) y había laborado en la enseñanza en una escuela particular en Málaga. Luego ejerció en Madrid, en la Escuela Pública Municipal número 49, que dirigía don Enrique López Cerruti, maestro y médico. Sabemos que cesó en ella el 24 de junio de 1908 y que dos informes de inspección de los días 19 de noviembre de 1907 y 16 de febrero de 1908 son altamente elogiosos para él.

Su nombramiento para Larache fue extendido el 24 de marzo de 1909, por Real Orden, asignándole tres mil pesetas anuales de sueldo, y Nieto lo recibe en su domicilio, en el número 3 de la calle de San Bernardo. Se había realizado su gran ilusión de venir a Marruecos, a Larache concretamente, para ayudar a los niños españoles que, tan lejos entonces de España, no recibían instrucción de manera adecuada. Lo acompañaría su mujer, doña Dolores Galán Silva, que luego había de compartir con él las tareas de la enseñanza, pues también era maestra.

Y pocos días después, el tiempo mínimo que permitía entonces este viaje, el matrimonio Nieto llegó a Larache, ciudad que no sería ocupada por las tropas españolas hasta dos años más tarde, en junio de 1911, un año antes del principio del régimen de Protectorado.

De las dificultades que hubieron de encontrar, de los tropiezos que tuvieron que vencer, no es necesario hablar aquí. Basta pensar en el estado de inquietud, de zozobra, que ofrecía la vida de Marruecos en aquellas fechas para imaginarse el cuadro, que nunca será como la realidad.

En aquella pequeña escuela donde inició su labor, sufrió Nieto muchas amarguras. Una carta, dirigida al ministro de España en Tánger, don Alfonso Ferry del Val, donde se refleja su angustia por no alcanzar los resultados que había soñado, es contestada el 28 de enero de 1910. En la respuesta se suceden los consejos: no debe desanimarse por la aversión de los musulmanes a la escuela que él dirige; sólo una labor paciente, de años, será capaz de hacer desaparecer los prejuicios que existen, la incomprensión. Piensen los maestros españoles que hoy ejercen en Marruecos en todo esto y comparen sus “dificultades” de hoy con aquellas de nuestro padre del Magisterio de Marruecos, y decidan si esas dificultades lo son realmente.

Poco tiempo, sin embargo, vivió en Larache, pues el 31 de diciembre del mismo año fue trasladado a Arcila, de cuya escuela tomó posesión el primero de enero, ante el Agente Consular don Isaac Benschetón. Nieto era el primer español que vivió en Arcila por aquellas fechas, y allí residió hasta su muerte.

Una Real Orden de 28 de noviembre de 1911 nombró a su esposa maestra de la primera escuela de niñas de Arcila, con una gratificación anual de setecientas veinte pesetas. Ambos, marido y mujer, trabajan juntos y luchan por conquistar y sobrepasar los momentos amargos y desagradables que su labor les procuraba en aquellos tiempos inciertos.

Sin embargo, también tuvieron sus satisfacciones al ver cómo se reconocía su esfuerzo y sacrificio. En una Real Orden de 19 de abril de 1912 se les felicitó por el floreciente estado de las escuelas, y en otra de 2 de marzo de 1916, se concedió a ambos la medalla de África.

También sus haber fueron mejorando mediante sucesivas disposiciones, y en primero de enero de 1918 ya perciben cuatro mil pesetas anuales cada uno.

Pero la mejor satisfacción de don Juan Nieto fue, sin duda, el ver cómo, al fin, se construía un edificio propio para su escuela, cuyas obras dieron comienzo el 17 de diciembre de 1917 y terminaron el 20 de octubre de 1919.

Desgraciadamente, sólo un año duró aquella alegría completa, pues en diciembre de 1920 falleció doña Dolores, su cariñosa compañera, la que había ligado su vida a él, la que había compartido con él los días de mayor amargura e incertidumbre.

Allí siguió don Juan Nieto, sembrando cultura e ilusiones, enseñando a los niños musulmanes e israelitas a expresarse en la dulzura de nuestra lengua, y a los españoles a comprender y amar a Marruecos, mientras él, según se desprende de sus cartas, consideraba que su vida estaba truncada y que ya sólo le quedaba la escuela, el ser útil a España en la delicada tarea que se le había encomendado.

Su correspondencia es extensa. Diplomáticos y hombres de ciencia le escribían, y él a todos contestaba con una gran sencillez y generosidad, demostrando, entre otras bellas cualidades, un gran deseo de servir. Son numerosas las cartas de don Julián Ribera, el gran maestro del arabismo español, en las que le encarga datos y fotografías de Arcila o le agradece un envío. Ribera lo admiraba sin conocerlo personalmente, pues cuando estuvo en Marruecos en 1914, especialmente comisionado para redactar un informe sobre la enseñanza, no pudo llegar a Arcila por dificultades de embarque y desembarque.

En julio de 1925, se asignaron a Nieto siete mil pesetas anuales entre sueldo y gratificación, más una gratificación para casa; pero poco pudo disfrutar de estos haberes, cómodos para la época, pues tres meses después falleció, a los setenta y tres años de edad.

Sus restos descansan, junto a los de su esposa, en el cementerio de Arcila, bajo tierra de Marruecos, de ese Marruecos que tanto amó y al que trajo un afán de apostolado no exento de aventura y heroísmo. Él, como los que le sucedieron luego en los años duros de la pacificación, abrió el camino de la enseñanza española en Marruecos. Él fue el primer embajador de la cultura de España en este país. Y su nombre designa hoy el Grupo Escolar hispano-israelita de Arcila.

Los maestros españoles de esta bella ciudad atlántica no deben olvidar cuánto deben a su abnegación y esfuerzo. Ellos no lo olvidan, y así, cada año, le rinden el homenaje de unas flores sobre su tumba. Estas líneas quieren ser también un homenaje a quien nos ha dado tan hermoso ejemplo.

Que su alma lo reciba con la emoción con que las escribo.

II – Don Andrés Minguillón

Don Andrés Minguillón, con su figura obesa, simpática y familiar, con la bondad de su carácter, con la generosidad de su alma entregada a la misión noble de la enseñanza, era uno de los primeros maestros españoles que llegaron a Marruecos cuando muchos de nosotros (es decir, de cuantos tuvimos durante el Protectorado el oficio de enseñar) estábamos aprendiendo las primeras letras y algunos aún no habían nacido.

Fue en octubre del año 1917 cuando abrió sus puertas la primera escuela mixta de Tetuán, en los locales que, junto a la Farmacia Bernardi, ocupó luego durante muchos años el Banco de España, antes de su emplazamiento en el hermoso edificio de la Avenida de Mohamed V, en que hoy se ubica el Consulado General de España. En sus dos plantas quedaron instalados los niños y las niñas, éstas a cargo de las maestras doña Secundina Canet Poquet (que ya había regentado desde el año anterior -1916- la primera escuela de niñas en la calle Baños) y doña Encarnación Alfranca Fiaren, y los niños al cuidado de los maestros don Apolonio José Martín y don Andrés Minguillón Sanz. Don José (como todos le llamábamos) falleció en 1951 y, al poco tiempo, tuve el honor, mezclado de profundo sentimiento, de dedicarle un libro, y en 1952 falleció el señor Minguillón. Sólo el corto espacio de un año medió en arrebatar a las dos primeras figuras del Magisterio de Tetuán.

Desde entonces, desde el año 1917, Andrés Minguillón no dejó de colaborar en el terreno árido y espinoso, a la vez que grato, de la enseñanza. Los últimos años de su vida los pasó en la enseñanza musulmana, y la muerte lo sorprendió como maestro del Grupo Escolar “Sidi Alí Baraca”, en el barrio del Ayún.

Hermosa labor la de estos hombres y mujeres, llegados a Marruecos en tiempos difíciles, de vida incierta, cuando servir en la enseñanza aquí era como actuar en primera línea, primeros embajadores de la cultura española en estas tierras que alguno, como don Juan Cabeza, en la Escuela de Monte Arruit, regó con su sangre; hombres y mujeres a quienes el afán de servir a España trajo a Marruecos en una mezcla de aventura y apostolado, y que aquí han dejado la solidez y la firmeza de sus huellas; figuras todas que merecen el homenaje de nuestra admiración y de nuestro respeto.

Desde aquellas fechas hasta hoy, ¡cuánto ha evolucionado la enseñanza!. La zona que correspondió a España en el Protectorado quedó salpicada de escuelas musulmanas, israelitas y españolas, y hasta en los rincones más escondidos se alzaron los modernos edificios que acogieron amorosamente a los niños de los aduares que acudían en demanda de cultura. Y era fácil llegar a todas partes. Las promociones de maestros que España enviaba entonces a Marruecos encontraban en sus destinos locales cómodos, viviendas, luz, teléfono y una carretera hasta en los lugares más apartados. Estos maestros habrán de recordar siempre que tuvieron unos compañeros que abrieron, con su valor y con su esfuerzo, las primeras brechas en el terreno de la cultura; que lo que encontraron hecho lo debían al impulso de los que estuvieron antes; que en unos años en los que tal vez aún no habían visto la luz de la vida, ya unos hombres, ocupando las primeras escuelas, laboraban en nombre de España y ponían, por vez primera, en boca de los niños marroquíes la dulce cadencia de nuestro sonoro y viril castellano.

Andrés Minguillón era uno de estos hombres; uno de los que hicieron posible el camino de los demás; uno de los “padres de la Enseñanza” en Marruecos; uno de los que primero enseñaron a pronunciar a los niños marroquíes el nombre de España. Que su recuerdo y su ejemplo nunca nos abandonen.

III. Don Gregorio Ortega Alfonso

Pocos hombres conoceremos con un sentido tan exacto del deber, tan justo de la responsabilidad y tan cariñoso de la convivencia como don Gregorio, nombre con el que afectuosa y familiarmente era conocido el Decano de los Maestros españoles en Marruecos; don Gregorio Ortega Alfonso, a quien correspondió el decanato después del fallecimiento de nuestro querido don Apolonio José Martín.

En la época en que don Gregorio llegó a Marruecos eran muy escasas las comodidades que se podían ofrecer a un funcionario. Tenía veinticuatro años cuando le fue ofrecida una escuela en Alcazarquivir y se hizo cargo de ella el día 3 de octubre de 1913. Lleno de juventud e ilusiones, dejó atrás sus recuerdos de Soria, donde había nacido, y sus días de Madrid, para llegar hasta el entonces lejano Alcazarquivir en coche de caballos, desde Larache, sobre los arenales que dificultaban el rodaje, para llevar un mensaje de paz y de cultura, uno de los primeros que España enviaba a Marruecos.

Ortega, pues, perteneció al grupo de los maestros españoles más antiguos, de los que con su esfuerzo, su fe y su entusiasmo trazaron, en días de incertidumbre, el camino que luego encontramos y sobre el cual proseguimos nuestra tarea los que nos dedicamos durante el Protectorado a la enseñanza.

La primera escuela de Alcazarquivir se instaló en Dar Gailán, residencia que había sido del famoso Abdelcáder el Gailán, muerto en una batalla en 1673. Tanto las gestiones para la creación de la escuela como para que un maestro se hiciera cargo de ella, se debieron al entonces cónsul de España en aquella ciudad, don José Clará. Allí primero y luego en el edificio especialmente construido para las “Escuelas Alfonso XIII” (que más tarde ocuparía el Grupo Escolar “Benchaprut”) transcurrieron los trece años que don Gregorio pasó en Alcazarquivir, ya que en el año 1926 fue destinado a Larache. Primero solo, luego con un auxiliar para las clases de árabe, Sid Abdselam el Hauari, y otro para las de hebreo, Rabbí Isaac Benhain, don Gregorio enseñó a varias generaciones de niños de las tres religiones que, con el paso implacable del tiempo, acabarían agradeciendo a aquel maestro ejemplar la enseñanza de él recibida. Allí transcurrieron los mejores años de su juventud, que pronto compartió con doña Rosario González Romeral, hija que fuera del juez de Paz de Alcazarquivir don Lorenzo, a la que conoció allí y con la que contrajo matrimonio en la misma ciudad.

En su pedagogía había algo más que enseñanza pura y teórica, porque Ortega era persona que predicaba con el ejemplo. Toda su vida, que podemos llamar normativa, no fue más que una dedicación al cumplimiento del deber y sólo el observar su labor y su quehacer era ya motivo de educación. La muerte le sorprendió como maestro en una escuela musulmana de Larache, el Grupo Escolar “Muley Abdselam ben Mechich” y, a la vez, ocupando el cargo de secretario de la Junta de Enseñanza de aquella ciudad, en el que sólo aciertos cabe reseñar, pues en él se superó en todo momento, luchando con sus achaques, la vista especialmente, para que su labor no desmereciera en ningún momento. Era también Delegado del Servicio Español del Magisterio. En todos esos cargos quedó patente su voluntad férrea y su espíritu de sacrificio.

Amante de Marruecos, servidor fiel de las consignas de España, subordinado y colaborador leal de sus jefes, compañero cariñoso de los que con él compartían las tareas en la enseñanza, educador consciente y de elevada moral, don Gregorio mereció el afecto de cuantos lo trataron.

Cuarenta años de servicio hicieron de don Gregorio Ortega un símbolo del amor con que España, generosa, cuidó la enseñanza en su Protectorado.

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