Fundación de Dâr al-Baydâ’ -Casablanca-

Fundación de Dâr al-Baydâ’ -Casablanca-

Ramón Lourido Díaz

La ciudad de Casablanca, tan conocida hoy en el mundo con este nombre español de Casablanca, fue como el broche de oro de las interesantísimas relaciones hispano-marroquíes dirigidas por dos soberanos de gran prestigio en el siglo XVIII, Sîdî Muhammad b. ‘Abd Allâh, sultán de Marruecos –conocido actualmente como Muhammad III-, y Carlos III, rey de España. Su creación se debió sencillamente a la cooperación político-comercial llevada a cabo por estos dos soberanos, sobre todo en el ramo del comercio del trigo.

Casablanca –o Dâr al-Baydâ’, en árabe- está muy lejos de presentar una trayectoria histórica, monumental o política similar a la de otras ciudades marroquíes, como pueden ser Fez, Marrakech, Mequínez, Tetuán, etc, puesto que los avatares político-históricos del pueblo marroquí se centraron más en éstas que en aquélla. Casablanca, al menos desde cuando es soporte de este nombre, es una ciudad de historia relativamente reciente. No obstante, aunque la capitalidad de la nación se haya estabilizado, ya en los tiempos contemporáneos, en Rabat, Casablanca supera a todas las demás ciudades marroquíes en volumen de población, en movimiento comercial y en desarrollo industrial. En definitiva, en Casablanca está prácticamente centralizada toda la economía del país.

Casablanca está ubicada en la costa atlántica, en el lugar aproximado de la antigua Anfa, cuyo origen se encuentra en la penumbra de los tiempos, aunque tal vez no vaya más allá de la época de Marrakech, la almorávide del s. XI. En el siglo XVIII, más que una ciudad, existían en el emplazamiento aproximado de la Anfa antigua sólo los vestigios de algunas casas y murallas, sobre los que vegetaba una minúscula población instalada en chozas y tiendas; por entonces ya había perdido su antiguo apelativo de Anfa, denominándola casi todos con el nombre de Dâr al-Baydâ’, la “casa blanca”. Desde sus inciertos orígenes, Anfa había desempeñado siempre un papel muy secundario dentro de la vida del país, incluso cuando, a mediados del siglo XV, al apoderarse los portugueses de otros puntos costeros del país, fue invadida también por ellos, y, desmanteladas sus defensas, la arrasaron por completo, obligando a sus habitantes a abandonarla. Los portugueses no se instalaron en ella, como lo habían hecho en otras ciudades del litoral, pese a que algún historiador opine que retornaron a la misma a mediados del s. XVI, para reconstruirla, llamándola entonces Casa-Branca, y demoraran allí hasta principios del siglo siguiente, en que la abandonarían definitivamente; esto al menos es lo que escribió el franciscano P. Castellanos, en su Historia de Marruecos, noticia que fue recogida por otros historiadores, europeos o no, como es el caso del marroquí Amadla-Nâsirî, en su Kitab al-Istiqsâ’, participando todos por igual en sus errores, al menos en lo concerniente a la denominación de Casa-Branca, como se verá.

Los pocos historiadores que se han interesado por Casablanca, o los muchos que sólo tocan el tema de refilón, lo hacen normalmente a partir de su reanimación por parte de Muhammad III, en el siglo XVIII, y todos recaen en los mismos clichés falsos acerca de su apelativo, aventurando igualmente afirmaciones gratuitas sobre el origen y la motivación de la ciudad que nace en el mismo –o aproximado- lugar de la antigua Anfa.

En realidad, el único estudio serio dedicado a Casablanca fue la obra del historiador francés André Adam, con su libro Histoire de Casablanca (dès origines á 1914) –Aix-en-Provence 1968, 193 pp- . Era ya sobradamente conocido, sin embargo, a través de los escritos de varios autores marroquíes y extranjeros, inéditos unos y otros publicados, que fue el sultán ‘alawi Muhammad III el que ordenó levantar las murallas protectoras de la nueva ciudad, con sus mercados, mezquitas, hornos, etc; en fin, toda la estructura fundamental que comportaba una medina de aquella época en el Magreb. Ciertamente, la nueva organización urbana ordenada por aquel sultán no constituía más que el embrión de una ciudad, nunca comparable a la estructura tradicional de ciudades tan antiguas y de tan vieja solera como Fez y Marrakech. De hecho, este sultán ni siquiera puso el mismo entusiasmo ni exigió la misma minuciosidad urbanística en el renacimiento de Anfa que el que había demostrado, cuando todavía era joven, en la construcción de Sawira (Mogador). Esta menor preocupación personal, en lo que se refiere a los detalles urbanísticos, se debía, indudablemente, a que se trataba de una obra emprendida en su ancianidad. No obstante esto, las bases de la nueva urbanización respondían también en Dâr al-Baydâ’ o Casablanca a condicionamientos válidos y suficientes para atraer hacia ella a nuevos pobladores, en busca allí de medios de vida con futuro esperanzador, como así sucedió, y la historia lo viene demostrando.

No voy, por supuesto, a detenerme en la exposición, fuera ello someramente, de los resultados de las investigaciones de A. Adam respecto a la historia de Anfa en tiempos anteriores al reinado del sultán Muhammad III. Vuelvo a repetir que, pocos años antes de que este monarca se decidiera a reanimarla, Anfa –ya entonces llamada Dâr el-Baydâ’, como veremos- era un montón de ruinas, como lo estampaba L.Chénier, morador entonces en la vecina Rabat, en su libro Recherches historiques sur les maures et Histoire de l’Empire du Maroc, (París, 1’787), y como también lo comunicaba a Madrid en sus cartas, desde la misma Dâr el-Baydâ’, el cónsul español J. M. Salmón.

Pero, si los pocos que han escrito sobre Casablanca están todos de acuerdo en que fue Muhammad III el reanimador o restaurador de la misma, no sucede lo mismo cuando se trata ya de entrar en detalles sobre los motivos que impulsaron a este sultán a acometer esta obra de envergadura, y a la fecha en que esta fue llevada a cabo, así como al apelativo con que sería denominada la nueva ciudad. Si seguimos a Mr. Adam, veremos que, para él, los motivos fueron puramente militares, pues Muhammad III temía entonces, según él, una contraofensiva portuguesa, tras haber expulsado a Portugal de la plaza de Mazagán, en 1’769; por ello, y para desmantelar con la misma ocasión la cohesión del ejército de los negros, que, capitaneados por su hijo Mawlây Yazid, se habían rebelado contra él en el año 1.7775 –dice falsamente Adam-, los dispersó entre varias ciudades, una de ellas Dâr el-Baydâ’, logrando así también, en una misma acción, sujetar a la siempre turbulenta provincia de la Châwiyya, en la que se encuentra enclavada esta ciudad. Dentro de estos supuestos, el autor francés hace recaer la fecha de la reanimación de Casablanca entre los años 1.769-1.775.

Precisemos, ante todo, que Adam tenía que conocer las obras de los españoles M. Conrotte, R. Ruiz Orsatti y V. Rodríguez Casado, en las cuales, especialmente en alguna de ellas, se da cuenta del gran comercio hecho por España a través de aquel puerto. Pero Adam, no sólo no les da crédito, sino que incluso llega a lamentarse de no disponer de fuentes marroquíes sobre el tema, imaginándose que, mediante ellas, le sería dado hacer oír “un autre son de cloche” (p. 63), sonido de campana que yo tuve ocasión de hacerle escuchar –aunque no, ciertamente, el que él deseaba- en un trabajo que publiqué en la revista de la Universidad de Rabat, Hespéris-Tamuda, en 1.974, y que me consta leyó aquél antes de su sentida muerte. Adam emite también su opinión respecto al origen del apelativo Casablanca, y lo hace igualmente de forma equivocada, como haré ver más adelante.

En resumen, cada uno de los razonamientos de A. Adam para demostrar sus aserciones fueron ampliamente rebatidos por mí, valiéndome para ello de documentos de origen marroquí y español. Así pude dejar en claro los puntos que enseguida ofrezco sólo en resumen, para luego hacer, con algo más de amplitud, una breve exposición del tema del comercio del trigo. Me detendré igualmente en señalar, con documentos en mano, la fecha exacta en que la creación de Dâr al-Baydâ’ fue llevada a cabo.

a) Muhammad III nada tuvo que temer de las represalias portuguesas imaginadas por A. Adam, ya que, tras la reconquista de Mazagán, se estableció de inmediato, contrariamente a lo que escribe este historiador, una estrecha y permanente amistad política y económica entre Marruecos y Portugal.

b) Tampoco influyó para nada en el ánimo del monarca ‘alawí la rebelión del ejército de los negros o ‘abids, pues esta revuelta, liderada ciertamente por su hijo Mawlây Yazid, tuvo lugar en el año 1.778, no en el 1.775, fecha tope ésta que Mr. Adam señala como muy presumible para la reanimación de la ciudad de Dâr el-Baydâ’ y que, como dije, es un doble error suyo.

c) Lo que en realidad de verdad movió a Muhammad III a revitalizar la desaparecida Anfa y su puerto fue, sin ningún género de duda, el aspecto comercial, pese a querer demostrar Mr. Adam lo contrario. El actual e insigne historiador marroquí, Brahim Butaleb, en la reciente y voluminosa obra colectiva Mémorial du Maroc, bien que parece inclinarse a creer que los aspectos comerciales fueron la causa de la creación de Casablanca, no se atreve con todo a afirmarlo con rotundidad, y, desde luego, no apela, a favor o en contra, a mi aludido trabajo, en el que demostré los errores a este respecto de la obra de Mr. Adam, y que había sido publicado en la citada revista de Rabat, la que ahora precisamente dirige este ilustre y buen amigo, el Prof. Brahim Butaleb. ¿Lo desconocía?. Es posible, aunque no dejaría de ser extraño. Yo nunca hablé con él del tema.

El comercio triguero hecho por España, causa primaria y exclusiva de la construcción de Dâr al-Baydâ’.

Antes de pasar a demostrar documentalmente la fecha exacta de la construcción de Casablanca, me voy a detener un poco más en probar cómo los motivos de la construcción de esta ciudad en el siglo XVIII se debieron única y exclusivamente al comercio de trigo que, impulsado por el ‘alawí Muhammad III y el borbón español Carlos III, se originó entonces con España a través de aquel puerto. Este acontecimiento fue sin duda alguna la concreción más evidente de unas relaciones tan estrechas entre ambos países, en lo político y lo económico, que, para mí, jamás fueron igualadas. Las cifras reales de este comercio todavía no han sido estudiadas de forma completa, aunque autores no lejanos, como R. Ruiz Orsatti, e investigadores actuales –entre los que me cuento, al lado de D. Mariano Arribas- lo hayamos tratado con cierta extensión. En la imposibilidad de hacer aquí una ajustada y amplia exposición de dicho comercio, no me resisto, sin embargo, a ofrecerles un ligerísimo resumen del mismo, antes de abordar sucinta y directamente la documentación que prueba cuándo, cómo y porqué se llevó a cabo la construcción de Casablanca.

Es bien conocido que, tradicionalmente, Marruecos, como los demás países islámicos, se cerraba al comercio del trigo con países cristianos. Muhammad III, aunque sin la intención de deshacerse radicalmente de esta tradición –de orden religioso, en el fondo-, obtuvo de sus ulemas una fetwà o resolución jurídico-religiosa favorable al comercio ocasional del trigo con Europa. Esta toma de postura, que tuvo lugar en la primera parte de su sultanato, se debía a proyectos de orden político, no sólo económicos, siendo desde entonces autorizadas diversas transacciones comerciales de este género en una cantidad no muy voluminosa. España, que había sido la que más había insistido ante el ‘alawí para que se abriera al comercio del trigo, que tan beneficioso podría ser para todos, fue también la que más ventajas obtuvo de esta apertura comercial. Muy pocos años después, sin embargo, se romperían las relaciones hispano-marroquíes comenzadas con tan buen augurio. Muhammad III, que, pese al tratado de paz solemnemente firmado en 1.767 con el rey español, nunca había renunciado in mente a los presidios que de siglos poseía España en tierras marroquíes, se decidió a someter Melilla, entre 1.774 y 1.775, a un duro y prolongado asedio, siendo ello causa de que Carlos III respondiera con la declaración de guerra total, aspecto este que el soberano ‘alawí no se esperaba.

Vueltos a la paz, con la firma de un nuevo tratado entre ambos países –mejor, la renovación del de 1.767, el llamado Convenio de Aranjuez, en 1.780- se restauró también el intenso comercio de la etapa anterior. El comercio del trigo, en especial, iba a tener ahora un espectacular desarrollo.

Las grandes inundaciones del Guadalquivir en 1.784, con sus secuelas nefastas en la cosecha de cereales, sería la primera ocasión aprovechada por el gobierno de Madrid para solicitar del sultán la venta de trigo, que le fue concedida sin mayores reparos. Y esta fácil consecución hizo especular de inmediato a los directores del Banco Nacional de San Carlos –fundado sólo dos años antes por Floridablanca y Cabarrús- sobre la oportunidad de incrementar sus beneficios financieros, si se lanzaban a un sostenido comercio de trigo, al por mayor, con el vecino Marruecos. Sus propuestas fueron frenadas en un primer tiempo por el cónsul español en el imperio ‘alawí, J. M. Salmón, quien, cabe pensar, abrigaba también proyectos personales sobre este comercio. Pero el conde de Floridablanca, que presidía el gobierno español, y que envió a Marruecos en 1.785 a su sobrino Francisco Salinas al frente de una embajada extraordinaria para agradecer a Muhammad III la gran ayuda que éste había prestado a España en el bloqueo a que años antes había sometido al Peñón de Gibraltar, volvió a insistir sobre el tema de la compra de trigo. El sultán respondió también entonces con favorables promesas a las nuevas propuestas, tras las cuales seguía estando el Banco Nacional de San Carlos, respaldado ahora con mayor fuerza por Floridablanca, por lo que el cónsul español hubo de someterse finalmente a las consignas provenientes de su gobierno.

La autorización, pues, para importas trigo desde Marruecos, con impuestos rebajados de salida, se tradujo en el mismo 1.785 en una realidad anhelada, siendo el primer beneficiado el Banco Nacional de San Carlos. La autorización estaba limitada, al principio, a la importación por determinados puertos, como era el de Mogador, al sur del país, facultad de la que también gozaban otros países europeos. Pero pronto se extendió a todos ellos la autorización para embarcarlo igualmente por las playas que se encontraban frente a la extinta Anfa, la salida natural, aunque difícil, de la Châwiyya, región siempre rica en trigo. La buena labor, sin embargo, de J. M. Salmón –el cónsul antes reticente a cumplimentar las órdenes de su gobierno- logró que Muhammad III, en octubre del mismo 1.785, concediera a España, en exclusiva, la extracción del trigo de la Châwiyya, rebajados, por supuesto, los derechos de salida. Esta concesión extraordinaria se convertiría, ni más ni menos, que en el punto de arranque de la restauración de la antigua Anfa, la entonces mísera aldea, que ni siquiera portaba ya este nombre.

En efecto, apenas firmada la concesión comercial, Salmón se trasladó a esta aldea de Dâr al-Baydâ’ para dirigir personalmente el negocio. Los almacenes, propiedad del majzen o gobierno marroquí, con una capacidad de sólo 15.000 fanegas, levantados allí desde que comenzó a embarcarse trigo en sus playas por parte de portugueses e italianos –y que, a partir de entonces, sólo se haría hacia España-, se verían enormemente ampliados. No nos consta con certeza, pero es muy probable que fuera el Banco de San Carlos el que dio los primeros pasos para la adaptación del puerto de Dâr al-Baydâ’, y se dedicara también a ampliar las instalaciones existentes para el almacenaje y embarque de trigo.

Al intensificarse el tráfico comercial triguero de forma no prevista, sería, sin embargo, el mismo sultán quien, según declaraciones del mismo Salmón, mostrara deseos de que fuera creada una sociedad comercial ad hoc, con el exclusivo objetivo de responsabilizarse en los asuntos de la compra de trigo, como así se hizo. Esta sociedad se tituló Campana, Patrón, Rizo y Cia., con sede social en Cádiz y Dâr al-Baydâ’, siendo sus socios componentes, todos ellos comerciantes de Cádiz, los hermanos Benito y Bartolomé Patrón, Alejandro Rizo, etc. En la localidad marroquí se instaló, al principio, como queda dicho, J. M. Salmón, pero luego irían a dirigir allí las operaciones de exportación Bartolomé Patrón y Domingo Román. La confianza demostrada desde entonces por Muhammad III en los españoles y su sociedad comercial sería de tal magnitud que llegó a comunicar privadamente, por medio de su secretario genovés F. Chiappe, que “S. M. Católica –Carlos III- puede contar a Darbeyda como suya y mandar en ella lo mismo que en la ciudad de Cádix”.

No contamos con los estadillos de las transacciones de trigo hechas hacia España desde Dâr al-Baydâ’, de fines de 1785 hasta la muerte de Muhammad III en marzo de 1.790, pero se puede hacer un cálculo aproximado a partir de los impuestos devengados a favor del erario del sultán, y que éste, en otra muestra admirable de su confianza en el rey español, hacía depositar en las aduanas de Cádiz. Según los documentos de archivo encontrados, el montante en líquido de3 los derechos de aduana depositados en esta ciudad a finales de 1.789, era de más de un millón de pesos fuertes, provenientes de la extracción de cerca de millón y medio de fanegas de trigo, o sea, aproximadamente 80.000 toneladas.

Estas son las cantidades que nosotros hemos podido compulsar mediante documentos que no tienen por qué ser completos, pero algunos autores del siglo pasado, como el francés T. Tomassy, el inglés J. Grey-Jackson y el español Teodoro Ruiz de Cuevas, cifraban en 500.000 fanegas de trigo por año lo exportado de Marruecos hacia España. Claro que éstos no hacen sólo referencia a las ciudades de Dâr al-Baydâ’ y Cádiz, pues, en realidad este comercio triguero hispano-marroquí poseía también otros canales, no sólo el que estamos exponiendo, aunque no hay duda de que éste era el básico. Otras casas comerciales no españolas, como fueron las regentadas por el marqués de Viale, genovés, Pedro Umbert, mallorquín al servicio de Inglaterra –con la connivencia éste, en el caso del trigo, del portugués Manuel de Pontes-, buscaron participar igualmente de este beneficioso comercio por Casablanca con los mismos derechos que España, y acudieron para lograr sus propósitos al recurso de desacreditar ante el sultán a la sociedad comercial española, acusando de irregularidades a J. M. Salmón y de que el trigo marroquí, vendido a precios rebajados en España, era conducido también a otros países europeos; estos presuntos competidores aseguraban que el trigo importado por España desde Dâr al-Baydâ’ sobrepasaba los dos millones y medio de toneladas.

Aunque no puedan, pues, ofrecerse por el momento cifras exactas del volumen de este comercio triguero, el hecho de que, en 1.789, además de las cantidades provisionales expuestas en resumen, vinieran al puerto de Dâr al-Baydâ’ hasta 50 barcos para cargar cada uno, con destino a Cádiz, unas 3.500 fanegas de trigo, es todo un indicativo de la importancia de este comercio y de la actividad que esto suponía para dicho puerto. También es muy significativo lo que el historiador marroquí Muhammad al-Du’ayyif, testigo directo de los hechos, relate en su historia –historia hasta muy poco inédita, y que yo utilicé abundantemente antes de su publicación- que las gentes de las vecinas Rabat y Salé acudían a trabajar en Dâr al-Baydâ’ en las faenas de carga de estos barcos transportadores de trigo. Un comercio tan importante y singular tenía necesariamente que reflejarse muy pronto en el aspecto agrícola, y así lo comunicaba a su corte de Lisboa el cónsul portugués en Marruecos, Pedro Colaço, cuando escribía que, seguros los agricultores de la Châwiyya de la venta a los españoles de sus cosechas, sembraban con ahínco sus las, de tal forma que, en un solo año, se recogió más cereal que lo que solía cosecharse anteriormente en cuatro.

Puede que las cifras ofrecidas sobre el volumen de este comercio triguero sean consideradas exiguas, sobre todo si se las compara a las de trigo importado por Marruecos en la actualidad, al menos en algunos años de escasez de este cereal, y que se elevan fácilmente a varios centenares de millones de toneladas. Creo que, en este supuesto, no vendría mal recordar la necesidad de adaptar nuestras formas de contemplar la historia aux données cronológicas, es decir, saber valorar las realidades históricas según la época respectiva. En una sociedad marroquí o española, tan lejana de los adelantos socio-económicos y tecnológicos de los actuales, con un nivel de vida de miseria en el siglo XVIII, si se compara con el de hoy, y una población entonces de cinco y ocho millones respectivamente, según se trate de Marruecos o España, las 80.000 toneladas de trigo exportadas desde Dâr al-Baydâ’ hasta Cádiz, en un periodo de cuatro años de aquel siglo, equivaldría seguramente en nuestros días a miles de millones.

Fecha de la fundación de Dâr al-Baydâ’

Creo que con lo dicho queda más que claro que las razones fundamentales que movieron al sultán ‘alawí Muhammad III para la creación o reanimación de la insignificante aldea en que se había convertido con el tiempo la antigua Anfa, cuando ya era denominada con el apelativo de Dar al-Baydâ’, fueron, sin lugar a dudas, las del comercio con España. Paso, por tanto, ahora a fijar la fecha de esta reanimación de la ciudad de Dâr al.Baydâ’, que, como apunté anteriormente, el historiador A. Adam hacía rehacer entre los años 1.769 y 1.775.

Para demostrar lo errado que estaba este autor, no echaré mano más que de unos cuantos documentos marroquíes y españoles de la época, redactados todos ellos por testigos oculares que no se conocían entre sí, pero cuya información es de una coincidencia aplastante. Dichos testimonios nos ofrecen también la oportunidad de demostrar, no sólo la realidad histórica de la construcción de Dâr al-Baydâ’ y la fecha exacta en que ésta fue llevada a cabo, sino, como deducción concomitante, que la tal construcción tenía como causa-origen lo ya repetido varias veces, a saber, el comercio de trigo que España había comenzado a hacer por aquel puerto.

He aquí literalmente estos cortos pero sustanciosos documentos.

El historiador rabatí Muhammad al-Du’ayyit, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, es autor de una especie de Memorias o Bloque de notas, a las que ni siquiera puso título, por lo que, al ser recientemente editadas, se las rotuló Ta’rij al-Du’ayyif –“Historia de al-Du’ayyit”-. Estas notas fueron redactadas en su día por el autor a medida que sucedían los acontecimientos que a él le tocaba vivir más o menos directamente. Así, para el año 1.785, entre otros hechos por él narrados, he aquí lo que, traducido literalmente al español, escribió.

En el mes de rabi’a del año 1.199 (correspondiente a febrero-marzo 1.785), el sultán Sidi Muhammad b.’ Abd Allâh, tras haber mandado construir la mezquita al-Sunna, en el Aguedal de Rabat, al igual que su palacio..., salió de esta capital y se dirigió a al-Sawira (Mogador), donde convocó a los alfaquíes, a la gente de Haha, del Sus y de otras tribus. Permaneció en aquella región por espacio de varios días. Luego dio media vuelta y regresó camino de Salé, haciendo parada en Dâr al-Baydâ’, cuyo puerto, al contemplarlo, le maravilló en extremo. Reprochó, pues, a los de Rabat que le hablasen continuamente mal de él, porque se sentían atemorizados y recelosos ante la población de Dâr al-Baydâ’. Fue entonces cuando dio orden de que se reedificase (puerto y ciudad) y se levantasen sus murallas, permitiendo a los cristianos que pudieran cargar grano en su puerto y poniendo a la cabeza de la Châwiyya al caid ‘Abd Allâh al-Rahmâni..., al que obligó a que construyese su casa en Dâr al-Baydâ’. (Al-Du’ayyif, Ta’rij, fol. 195).

Este exto de un testigo ocular deja bien patente la fecha de la orden de reconstrucción de Dâr al-Baydâ’, así como la autorización dada a los cristianos –los cuales, como se verá en otro texto posterior del mismo al-Du’ayyif, no eran otros que los españoles- para extraer trigo por dicho puerto. Si en los primeros meses del año 1.785, el sultán daba estas órdenes de reconstrucción de la ciudad, sabemos hoy que, meses más tarde, exactamente el 3 de enero de 1.786, los caudales destinados a la ejecución de las obras proyectadas se encontraban ya en el lugar de operaciones, así como los operarios que habrían de realizarlas, pues en aquella precisa fecha lo comunicaba a Madrid un testigo ocular que moraba en la misma Dâr al-Baydâ’ , el cónsul español J. M. Salmón, el mismo que dirigía allí el comercio del trigo. He aquí exactamente lo que éste anunciaba a su gobierno.

El sultán...piensa desde luego fomentar esta población (Dâr al-Baydâ’) pues ha mandado caudales y operarios para que se edifique una buena Mesquita, una Casa o Colegio para estudios, y que se reedifiquen las Murallas. Esto da margen a creer que S. M. quiere que Darbeyda vuelva a su primerser, que sin duda habrá sido una de las mejores Ciudades del Reyno, pero que en el día no hay más casas que la del Gobernador, la que fabricó el Embaxador de Trípoli, y la que yo habito; todo lo demás son chozas, y no se ve otra cosa si no vestigios de lo que era.. (J. M. Salmón a Floridablanca, 3 de enero de 1.786).

La lectura de estos dos textos documentales deja bien patente lo que antes habíamos afirmado acerca del estado ruinoso de la antigua Anfa, y de cómo se pensaba devolverle el antiguo esplendor. El cónsul español no alude para nada en esta carta al comercio del trigo, por él entonces dirigido, desde el mismo lugar hacia España, pero sí anota que habitaba una de las tres casas allí existentes, dignas de este nombre; el tráfico comercial del trigo era tema obligado y constante de su correspondencia con el gobierno de Madrid, voluminosa correspondencia que ahora se guarda en el Archivo Histórico Nacional.

Los textos de los dos documentos, aun proviniendo de autores diferentes, coinciden absolutamente en todo en las fechas, en las obras que se proyectaban y se realizaban, en el comercio que se llevaba a cabo, etc. Esta coincidencia se debía, no sólo al hecho de deambular los autores –aunque sin conocerse personalmente- por los mismos parajes donde se desarrollaban los hechos, sino también a la fidelidad de ambos en la transmisión de esos mismos sucesos, sin tergiversarlos, ya que, en caso contrario, las divergencias saltarían a la vista.

No agota ahí, sin embargo, la documentación sobre el tema. De los mismos autores, de al-Du’ayyif y de J. M. Salmón podemos entresacar todavía más noticias al respecto, y así corroborar que los comienzos de la reconstrucción de Dâr al-Baydâ’ y el comercio del trigo con españa siguieron su curso normal. El 30 de agosto del año 1.786, el cónsul español volvía, efectivamente, a escribir a Madrid.

Aquí (Salmón seguía hablando de Dâr al-Baydâ’) se trabaja con mucha actividad en la Muralla y demás obras públicas, para que cuando llegue S. M. Marroquí, vea lo adelantado que va todo, y aunque a este Soberano se espera en breve, todavía no hay noticia fixa quando saldrá de Marruecos (es decir, Marrakech). (J. M. Salmón a Floridablanca, 30 de agosto de 1.786).

De esta carta de Salmón sólo está recogido lo referente al avance de las obras de reconstrucción de Dâr al-Baydâ’, no lo relativo a la extracción de trigo hacia Cádiz. Por eso retorno al texto de la historia de al-Du’ayyif a fin de extraer de la misma uin trozo que nos da a conocer cómo, tres años más tarde, las nuevas estructuras de ciudad y puerto estaban ya casi en pleno rendimiento, pues el comercio del trigo hecho por los españoles –en esta ocasión este autor presencial consignaba claramente que se trataba de un comercio con españoles- batía el récord de su volumen, necesitándose del concurso, por otra parte, mirado con recelo por al-Du’ayyif, pues culpaba a los gerentes de la Compañía Española de Comercio de corrupción en la forma de atraer a este trabajo a los marroquíes, sobre todo a las mujeres. He aquí también el párrafo textual de la Ta’rij al-Du’ayyif.

...en este año (1.203 H/ 1.788-1.789) se incrementó el número de barcos cristianos que venían a Dâr al-Baydâ’ con autorización de su rey Carlos (Carlos III de España) -¡que Dios destruya!-. El que compraba allí el trigo era un tal Domingo (Domingo Romás, de Campana, Rizo, Patrón y Cia.) -¡que Dios maldiga!-quien disponía de auxiliares provenientes de la población de Rabat, entre ellos Muhammad Makâni al.-Ribâti, el cual empujó a su mujer, hija e hijos a que se trasladaran a Rabat y se establecieran con los cristianos aludidos, en Dâr al-Baydâ’; lo mismo al-Tâhir b. Al-Malîh. Tambie´n fueron gentes de Salé, atraídos por el reclamo de los cristianos malditos. Estos, a pesar de lo que se diga, corrompían a las mujeres musulmanas; las encandilaban con vestidos y sedas, y otros atractivos, como reales (dinero), etc. Sin embargo, el sultán dio autorización para que pudieran extraer cuanto necesitasen, contándose unos 50 navíos, que cargaban unos 250 quintales cada uno. El sultán, por otra parte, aseguró en sus manos el tesoro, el que guardaba en el Bayt al-mâl (Tesoro público) de la qasba de Rabat, y que se elevaba entonces a unos 500 quintales, enviándolo a su país en el barco del arraez al-Hâchimi al-Mastîrî. Este dinero continúa todavía hasta hoy en su poder, es decir, en el año 1.211 (1.796-1.797)- El tal Domingo -¡que Dios le maldiga-¡ sigue todavía en Dâr al-Baydâ’ traficando con el grano, y ha ordenado a sus auxiliares musulmanes que fueran con sus mujeres de Rabat y Salé, como hizo Muhammad al-Makânî con su mujer e hija, las cuales salieron de Rabat en sus caballerías el domingo 28 de cha’bân del citao año (Al-Du’ayyif, Ta’rij, fol. 213).

Tras la transcripción de estos documentos, que no es la primera vez que lo hago, queda al abrigo de cualquier tipo de duda que fue en el año 1.786 cuando dieron comienzo las obras de reanimación de Dâr al-Baydâ’, reanimación motivada exclusivamente por el gran incremento que en su puerto había tomado el comercio español del trigo.

Problemática respecto al apelativo “Casablanca”

Paso finalmente a la cuestión del apelativo de la ciudad construida desde sus cimientos por Muhammad III, la actual megápolis de Marruecos. Las personas cultas, entendidas en historia de Marruecos, comentan ordinariamente que la antigua Anfa fue ocupada por los portugueses en 1.468, sin que permanecieran luego en ella, y le cambiaron el nombre por el de Casa-Branca que luego pasaría al castellanizado Casablanca. A esta credulidad general se adhería el historiador franciscano ya citado, el P. Manuel Castellanos, cuando escribía que, después de haber sido destruida Anfa por Alfonso V de Portugal, los mismos portugueses volvieron a reconstruir la ciudad en 1.515, “a la que dieron el nombre de Casa-branca”, que es el que ha prevalecido entre los europeos, y aun entre los moros”... que no hicieron otra cosa que traducirla al árabe, llamándola Dâr al-Baydâ’.

Por su parte, A. Adam, tantas veces citado, afirma que, cuando Muhammad III reedificó la ciudad, “para hacer ver que la nueva ciudad nada debía a la antigua, le cambió el nombre. Anfa cedió el puesto a Dar el Beida, la “casa blanca”. El mismo autor se cuestiona, sin embargo, sobre el porqué de la elección de este nombre, y tras analizar varios relatos legendarios, termina emitiendo su opinión de que se debía a la existencia de un alto edificio en el lugar, una especie de torre encalada, que servía de punto de mira y de orientación, tanto para los viandantes de tierra como para los navegantes por mar. De ahí provendría, según él, que los indígenas que habitaban la llana y circunvecina región comenzasen a denominar el lugar, en su propia lengua, con el apelativo de Dâr al-Baydâ’, mientras que los navegantes europeos lo hicieron empleando el mismo nombre en español, es decir, Casablanca: nacería, pues, el apelativo en español y árabe de forma simultánea, siempre, repito, según la opinión de A. Adam. Debo también señalar que este autor no duda en afirmar que “no había europeos en la ciudad cuando Sidi Muhammad levantó los muros”, afirmación totalmente inexacta, ya que, como vimos antes, estaban ya allí instalados algunos españoles de la sociedad comercial Campana, Rizo, Patrón y Cia., y antes el mismo cónsul español J. M. Salmón.

La aseveración por parte de Mr. Adam sobre la simultaneidad en el uso del apelativo de Casablanca-Dâr al-Baydâ’, en español y árabe, no es tampoco del todo convincente para el Prof. Brahim Butaleb, pues se interroga a sí mismo, sin dar espuesta alguna: “¿entre la Dar el Beida árabe, la Casa-Branca portuguesa o la Casablanca española existe una relación diacrónica o bien sincrónica”?.

Esta cuestión del apelativo de la ciudad ya la había yo dilucidado, ciertamente después de lo que opinó por escrito Mr. Adam, pero antes de que el Prof. Butaleb se propusiera a sí mismo el interrogante que acabo de transcribir. Por lo tanto, como, al parecer, la duda persiste entre algunos autores al respecto, voy a repetir los argumentos documentados que ya expuse en otras ocasiones.

En primer lugar, no cabe la menor duda de que los marroquíes, ya en tiempos de Muhammad III, antes incluso de comenzar la reedificación de la ciudad, denominaban el sitio de la antigua Anfa con el nombre de Dâr al-Baydâ’. Revisando los textos de la historia de al-Du’ayyif se constata esto sin dejar la menor duda. Otro autor de tiempos del mismo sultán, el ya citado también Abû-l-Qâsim al-Zayânî, se sirve en sus obras del nombre de Dâr al-Baydâ’, aun cuando seguía utilizando con cierta frecuencia el de la antigua Anfa. Pero tan probativo como el testimonio de estos autores contemporáneos de los hechos es el testimonio de simples europeos que visitaron o moraban por esos mismos años en la región. A este respecto, por ejemplo, es muy raro que Mr. Adam no hubiera reparado en lo que escribe Louis Chénier –cónsul francés ante Muhammad III, y cuya célebre obra, aludida anteriormente, cita él en su estudio sobre Casablanca- sobre esta ciudad, a saber, que “a cuatro leguas de Fedala se encuentra Anafé (Anfa), qu’on appelle aujourd’hui Dar-Beyda”. Y conste que Chénier escribía esto antes de que se edificase la nueva ciudad, ya que fue expulsado de Marruecos por el sultán en l.782..

La prueba, sin embargo, más fehaciente para mí, de que la ciudad, incluso antes de ser reedificada, era ya denominada Dâr al-Baydâ’, y que los europeos no hicieron más que recogerla tal como sonaba en árabe, estriba en la abundante correspondencia enviada a España por el cónsul J. M. Salmón y los miembros de la compañía triguera española, así como por varios misioneros franciscanos que pasaron por el lugar, en especial el P. José Boltas; toda esta correspondencia aparece indefectiblemente firmada en Darbeyda, como suena, no Casablanca, como sería lo más lógico, si presentara visos de veracidad lo afirmado por M. Adam acerca de la simultaneidad en el uso de Dar Beyda y Casablanca, según se tratase de marroquíes o europeos. Eran todos, efectivamente, españoles los que la denominaban Darbeyda, y no Casablanca, así, en español.

Viajeros europeos que visitaron más tarde Marruecos o permanecieron largos años en el país, continuaron usando el apelativo de Darbeyda, como fue Domingo Badía (Alí Bey el Abbasí), Grey Jackson, etc. En el año 1.834, el sueco Graberg di Hemsö, en su obra específica histórico-geográfica sobre el imperio ‘alawí, titulada Specchio geografico e statistico dell’Impero di Marocco (pp. 17, 52, 228), seguía distinguiéndola con el nombre de Dar el Beida, aunque a continuación ofrezca su traducción en italiano, “casa-bianca”.

Otra demostración todavía más palpable, si se quiere, de que la ciudad continuaba denominándose Darbeyda hasta muy adelantado el siglo XIX la constituyen los Libros-Registro de las comunidades católicas en Marruecos, como son los Libros de Bautismo, Matrimonio y Defunciones, conservados en el Archivo de la Misión Franciscana de Tánger. Cada vez que se anotaba es estos Libros un acta de bautismo, matrimonio, etc, celebrado en esta ciudad, se utilizaba, única y exclusivamente, la denominación Darbeyda. No puede exigirse mayor probación.

¿Por qué y cuándo comenzó a utilizarse de forma masiva, no sólo por europeos sino también por marroquíes, el apelativo de Casablanca, así, en español?. No hay duda de que la importante afluencia de españoles a esta ciudad, a lo largo del siglo pasado, afluencia muy por encima de todas las demás colonias europeas juntas, fue la causa más influyente, sino la única de la nueva apelación en español. No nos deja, sin embargo, de causar extrañeza un tal cambio, ya que los mismos españoles venían usando normalmente el apelativo en árabe, desde el siglo anterior, como queda visto.

Los documentos en los que, por primera vez, he encontrado utilizado el nombre español de Casablanca, en lugar del usual hasta entonces de Darbeyda datan del año 1.863. A partir de este año, el nombre español de la ciudad es cada vez más frecuente, hasta constituirse en el único apelativo. Es de suponer que este cambio a Casablanca en los escritos viniera precedido de su empleo en el lenguaje coloquial entre la gente, hasta incluso llegar a penetrar en el lenguaje corriente de los mismos marroquíes.

En la actualidad, tras más de 40 años de existencia del Marruecos independiente, sacudido a el Protectorado franco-español, la población europea, sea cual sea su nacionalidad, sigue utilizando, por supuesto, el apelativo de Casablanca. Pero no deja de llamar la atención que también los marroquíes, en el trato coloquial con los europeos, o cuando escriben en lenguas europeas, utilicen siempre el nombre de Casablanca, aunque, naturalmente, la denominen Dâr al-Baydâ’ cuando hablan entre sí o escriben en su propia lengua.

Conclusión

Con esto doy fin a mi propósito de tratar un tema que me llega al alma, un trozo de la historia hispano-marroquí que se desgaja de esa “historia desdichada” con que se la ha calificado, en mi opinión muy acertadamente, por desgracia. Ojalá estuvieran jalonadas nuestras relaciones mutuas, las de Marruecos y España, de etapas históricas pletóricas de un entendimiento como el que acabo de exponer tan brevemente, pues así se hubieran podido producir conjuntamente, como en este caso, proyectos de la envergadura de Dâr al-Baydâ’ – Casablanca, el mejor exponente hoy, ante el mundo, de un Marruecos en constante progreso.

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