El día 19 de mayo, tal y como hiciéramos a primeros de ese mes en 1994, un numeroso grupo de antiguos residentes se desplazó hasta Marruecos, hasta Tetuán concretamente, donde nos habíamos propuesto celebrar nuestra XXV Reunión Anual, que en realidad, si bien se cuenta, sería la XXVI, porque el pasado año 2004, para que no quedase el vacío de un año sin reunirnos mientras preparábamos la laboriosa logística de este viaje, hubo una reunión en Madrid, en los salones de Río Frío, que también resultó muy concurrida.
Desde Madrid, desde Sevilla y desde Málaga partieron los autobuses con rumbo a Algeciras, donde se unieron más viajeros que acudían desde otras ciudades. Muchos de ellos hacía muchos años que no pasaban por el trámite, tan usual mientras vivimos en lo que fuera Protectorado de España, de tomar uno de los transbordadores que ahora efectúan la travesía en un tiempo que entonces nos resultaba impensable.
Contábamos con las dificultades, o por lo menos, con la lentitud que es consustancial al paso de la Aduana. Hasta dos horas y media tuvieron que aguardar algunos de los autobuses. Pero ¡y la ilusión del regreso, de volver a enfrentarse con los lugares, con los rincones que han anidado en nuestra memoria de modo permanente! Bajo esa sugestión, nada importaba la incomodidad de permanecer dentro de un vehículo detenido por trámites que se prolongaban sin que muchos lograran entender por qué.
Pero no precipitemos acontecimientos. El caso es que a las 20 horas del día 19, tal y como estaba programado, los casi 350 «expedicionarios» se encontraron en el «hall» del Hotel Chams para iniciar una vez más, antes de reunirse todos en el amplio comedor para la primera cena juntos, la ceremonia de los encuentros, de los saludos, de las sorpresas inesperadas, de los cordiales abrazos y a veces hasta de las lágrimas que la emoción no puede reprimir. Tras la cena, sobremesas prolongadas en las que afloraban recuerdos y más recuerdos, como no podía ser de otro modo. Y regreso de cada grupo a sus respectivos hoteles, que el día siguiente se presentaba con perspectiva de muchas actividades y muchas emociones también.
Desde las 9 de la mañana del día 20 de mayo, los autobuses empezaron a transportar viajeros al centro de la ciudad. Los alojados en el Hotel Panorama, situado en el viejo Paseo de las Cornisas, no precisaron más que caminar unos metros para invadir las tiendas de artesanía, los comercios que exhiben en sus escaparates desde preciosos «kaftanes» hasta las consabidas bandejas labradas de metal, productos de cuero, cerámicas de Fez, tantos y tantos objetos que guardamos en nuestros domicilios españoles como referencia de que estuvimos una vez en Marruecos y que, como reza el lema de nuestra asociación, nunca hemos dejado de estar en él aunque físicamente nos hallemos a kilómetros de distancia.
A las 13 horas había que estar todos de nuevo en el Hotel Chams para acudir al almuerzo al que nos invitaba la Municipalidad de Tetuán en la persona de su presidente, el señor Rachid Talbi, que es también Ministro de Asuntos Económicos y Generales. Los autobuses nos trasladaron al lugar llamado «Hamama», espectacular tienda caidal con capacidad para acoger a un millar de personas. Describir el lugar exigiría un esfuerzo literario del que no somos capaces. Cientos de alfombras esparcidas por el suelo, mesas impecablemente instaladas con cubertería de plata, un camarero ataviado con frac blanco para atender cada mesa (de 10 personas). Despliegue en la carretera («Hamama» está situado como a un kilómetro del Hotel Chams en dirección a Río Martín, frente al aeropuerto de Sania Ramel) de la policía urbana que, con su coronel al frente, vela porque los viajeros desciendan de los autobuses sin ser molestados por el tráfico que a esa hora es incesante entre Tetuán y Río Martín. A la entrada del lugar, un grupo de «guenauas» acoge a los que llegan entre el estruendo de sus crótalos de metal y sus tambores al grito de «oé-oéoéoé», sorprendente manifestación deportiva (todavía más, madridista) que no tiene otra explicación más que el hecho de que don Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, es otro de los invitados a la comida, junto con los componentes de «La Medina», Don Florentino Pérez llega acompañado del alcalde de Tetuán y ministro, señor Talbi, cuando el resto de los invitados habíamos sido agasajados con zumos naturales y té. Inmediatamente, un río de camareros salen en fila india desde las cocinas, con sus fracs impecables, y van distribuyendo por las mesas inmensas bandejas que cada una de ellas contiene un descomunal besugo al horno relleno de arroz y gambas y una salsa extraordinaria. Cuando sólo ha quedado en las bandejas el espinazo de los peces, son sustituidas por otras que llevan a cada mesa medio cordero en «michui», perfectamente trinchado para facilitar a los comensales su distribución en los platos, de vajilla portuguesa. A continuación, y cuando parece que el almuerzo tiene que tocar a su fin porque la capacidad de los comensales «toca techo», un exquisito «cuscús» es traído a cada mesa por sufridos camareros, que se inclinan hacia un lado por el peso que transportan. Y así, después, una tarta deliciosa por mesa, y bandejas con toda clase de frutas, y otra de los tradicionales dulces marroquíes, y más té para acompañarlos. En este año en que celebramos el cuarto centenario de la publicación de «El Quijote», parece que las autoridades municipales tetuaníes han querido agasajar a los antiguos residentes con un ágape como el que se describe en el episodio de «las bodas de Camacho».
Tras semejante alarde gastronómico, los viajeros volvemos a nuestros respectivos hoteles para, después de un breve descanso, regresar al centro de la ciudad en busca de los bacalitos, los zocos, las tiendecitas de la medina vieja, las calles que recorrimos en nuestra juventud una y otra vez, las fachadas de los edificios donde transcurrió una parte muy feliz de nuestras vidas…Y los amigos marroquíes que aquí quedaron y que nos reciben como si sólo fuera ayer cuando cerramos nuestras puertas e introdujimos nuestros enseres en los camiones «capitonés». Los tetuaníes nos saludan llenos de afecto y sorprendidos a la vez de ver a este numeroso grupo que trata de identificar sus viejas señas de identidad dispersas por la geografía urbana.
A las 21 horas, de nuevo cena en el Hotel Chams. Los estómagos no han acabado de reponerse del esfuerzo demoledor del almuerzo del mediodía, pero estos son los momentos en que todo el grupo de halla reunido y es más fácil abordarse los unos a los otros. Fotografías para inmortalizar los encuentros después de cuarenta, cincuenta años sin verse. Y don Miguel Álvarez, antiguo residente en Río Martín, que ha venido desde California acompañado de su esposa y su hija… Y doña Mercedes Garzón, que como cada año viene desde Venezuela… Y «don Paco», o sea, don Francisco Gómez Guerrero, profesor de matemáticas de tantos de nosotros en aquella inefable Academia La General, que con sus 86 espléndidos años no falta a ninguna de nuestras reuniones. Y tantos y tantos que tan fielmente acuden a la llamada de «La Medina», porque no olvidan que sus raíces tienen una parte «inmueble», o sea lugares concretos donde transcurrió una parte de sus vidas, y otra «mueble», que son las personas que ocuparon su entorno y hoy están dispersas por esos lugares de Dios, pero que acuden también a este encuentro.
Y tras la cena, alguien sugiere un «guateque», como los que hacíamos cuando nuestra anatomía podía permitirse esas evoluciones que hoy, vista en los jóvenes, nos «saben» a prohibitivas para nosotros. Pero es inútil tratar de poner aquella música que tanto nos fascinó por los años 60. Rompen con ese «Macarena» que obliga a continuados ensayos para no equivocar un solo gesto, como en los «ballets», y ya de ahí en adelante, música de la que se hace ahora y que nos paraliza a los que nos quedamos en Elvis Presley o en los Beatles.
De todos modos, hay que retirarse a buena hora porque queda todo un día fatigante.
El 21, sábado, es el día de las excursiones. A buena mañana, las siete y media, ya estamos los viajeros aguardando a la puerta de cada uno de los hoteles a los autobuses que nos llevarán a Chauen o a Arcila. El día se presenta caluroso, pero el buen ánimo puede con todo lo que se presente. Cada una de las Municipalidades de esas ciudades se han preocupado de llamar a «La Medina» para acoger a los visitantes y ofrecerles al menos un té y pastas como bienvenida. Y así lo hacen. Los Chauníes en la histórica alcazaba que erigiera Ber Rachid, el fundador de la ciudad. Y los Zailachis en el Centro Hassán II de Relaciones Internacionales. Visitar las hermosas ciudades cargadas de historia, deambular al antojo de cada cual por las callejuelas donde se suceden las encantadoras tiendecillas y acopio de compras. Un alegre viajero, cuya esposa carga con un abultado envoltorio que trata de introducir en el autobús, comenta lleno de ironía: «Quería comprar unas babuchas y ha acabado comprando un armario»… El buen humor no decae, pese al calor, que es fatigante, y que a la hora de comer hay que elegir restaurante, que en Arcila, todo hay que decirlo, son más cuidados que en Chauen, donde la oferta es sin embargo mayor y es más fácil caer en alguno que no cumple con el nivel de exigencia culinaria que cada cual demanda. Tras la rápida visita, las compras y el almuerzo, hay que regresar a Tetuán porque esta noche es la de la Cena de Despedida, el último encuentro.
A la puerta del Hotel Chams se despliegan, a la hora en que van apareciendo los asistentes (o sea, a partir de las 20 horas), unos ruidosos «guenauas»
, un corro de fusileros yeblíes, un conjunto «marrakchí» con atabales y añafiles, una orquestina de aquellas que conocíamos como «nubas» de chaquetilla roja… Cada vez que hace aparición un grupo de antiguos residentes, atruenan el ambiente con sus instrumentos. Y llegan las señoras, que aparecen estupendas con sus «kaftanes» que guardan como tesoros en sus roperos. Y los miembros jóvenes de algunas familias, que ya no son nacidos en Marruecos, que probablemente es la primera vez que viajan a este país, y se quedan sorprendidos con esta acogida que es una manifestación de hospitalidad. Y los que tienen el mérito enorme de «haberse metido» en semejante aventura a pesar de las canas que peinan. Hay un ambiente cordial, entrañable, distendido, pero de mucha emoción. Y da comienzo la cena, con una «jerira» exquisita, a la que sigue una «pastela» individual, y luego un «michui» de cordero (medio por mesa), y bandejas de frutas como postre. Y mientras se consumen tantos alimentos, las músicas, el estruendo, el espectáculo de la danzarina «yibilía», el equilibrista que hace prodigios con una bandeja de velas encendidas sobre su cabeza y luego va de mesa en mesa haciéndose fotografiar junto a los divertidos comensales… Y los espontáneos que se atreven a corear a la «nuba» cuando interpreta aquello de «la tarara» o el «cheri te quiero, cheri yo te adoro» de aquella canción de los años sesenta que se llamaba «Mustafá» (así, con acento en la «a»).
Después de tan intensas emociones, llega la hora de la retirada porque hay que madrugar al día siguiente. Hay que regresar «a los cuarteles de invierno». Y hacer en autobús el trayecto hasta Madrid, hasta Sevilla, hasta Málaga, y de ahí cada uno a su destino. Últimas fotografías para dejar constancia gráfica de que es verdad que uno se ha encontrado con quien no veía desde no se sabe cuántos años atrás. Intercambios de direcciones y también, porque hay que estar al día, de las de «correo electrónico». Es la hora de los adioses porque al día siguiente se van a tomar los autobuses a horas diferentes, según los destinos. Y hay quien pregunta: ¿Y cuándo el próximo?. Pues habrá que ir planteándoselo. Pero de momento, pensemos en el próximo en Madrid, o en Málaga, o en Granada, o en Sevilla, y para el 2007... ¿quién sabe?.